El 2 de abril de 1982 varias decenas de soldados argentinos ya se encontraban instalados en las Islas Malvinas. Allí, son notificados que se iniciaba el conflicto armado con Gran Bretaña, en pos de recuperar las Islas como legítimo territorio argentino. Cuatro décadas después, dos ex combatientes residentes en La Rioja, Eduardo Barrera y Héctor Arias recuerdan algunos hechos y cómo vivieron la guerra desde adentro.
Eduardo Barrera, presidente de la Asociación Ex Combatientes de Malvinas. Cumplía con su rol de radarista, militar de carrera, marino embarcado en la corbeta misilística Drummond, un barco que fuera comprado en 1978 y que originalmente intervendría en un eventual conflicto con Chile, por el Canal de Beagle.
“Supervisaba la central de operaciones. Todos los barcos de guerra cuentan con una central de información de combate, que es el área que elabora la información clave y asesora al comandante”, explica Barrera, y añade que “para Malvinas, la Marina se dividió en tres grupos grandes de tareas. Cada embarcación cumplía un rol en el mar, en nuestro caso teníamos un buque tanque de superficie, y un buque tanque de YPF que nos abastecía. Durante el conflicto, la separación de los grupos fue la siguiente: Norte, era nuestro sector; en el oeste se ubicaban los portaviones, y en el suroeste se encontraba el crucero ‘Gral. Belgrano’”.
Eduardo Barrera partió a Malvinas con 28 años, en ese momento padre de una hija de 4 años; con la convicción que debía defender el territorio argentino. “Sentíamos una sensación de despojo, un atropello, que nos estaban robando, y que debíamos recuperar las Islas. Era nuestro deber como ciudadanos, y en mi caso me había preparado toda la vida para defender la Patria, y teníamos que cumplir con ese propósito”.
Por otra parte, durante el año ‘82, Héctor Arias se encontraba en el Regimiento de Infantería Mecanizado Nº 7 en La Plata. El día 30 de marzo lo llamaron a alistarse para llevarlo a un lugar del cual no tenía ninguna información. “Nos enteramos cuando subimos al avión en Palomar, y desembarcamos en Río Gallegos, el día 2 de abril nos ponen en conocimiento del conflicto, y el día 4 ya estábamos en la isla”.
Con tan solo 30 años, Arias ya era un militar de carrera que tomó su posición operacional en el campo de batalla y recuerda que “el 1 de mayo comenzaron los bombardeos, tanto de los aviones, los Sea Harrier como de las naves que estaban en Puerto Argentino con cañones y misiles. Trabajábamos en distintos lugares de la isla, no teníamos una posición fija; y con las primeras alertas rojas, uno sentía mucho miedo”.
La sensación de miedo e incertidumbre eran permanentes, Arias rememora que la madrugada del 26 de mayo, aproximadamente a las 2 de la mañana, “quince personas nos dispusimos en semicírculo, tratando de entrar en calor por las bajas temperaturas. En cuestión de segundos, sentimos el alerta roja y a escasos metros cayó una bomba, y de los 15 soldados que éramos quedamos, nada más que seis”.
Fue el primer gran impacto emocional para los sobrevivientes, ya que debieron remover los cadáveres para darles sepultura, en un descampado imposible que al estar lleno de piedras, dificultaba cavar las fosas.
Las donaciones que nunca llegaron
Propio de aquella circunstancia, a lo largo y ancho de nuestro país se realizaron varias campañas solidarias donde hubo donaciones de distinto tipo, en apoyo a las tropas argentinas. La historiografía, a través de muchos testimonios de los protagonistas revela que lo donado no llegó a las Islas, a los lugares donde estaban apostados los soldados.
“En nuestro caso –recuerda Eduardo Barrera- a los marinos que estábamos embarcados no nos llegó nada, aunque puntualmente al resto de los soldados lo que más recibieron fue ropa de abrigo. Pero todos pasamos necesidades, porque además teníamos que luchar contra las inclemencias del tiempo y los movimientos del mar”.
“Había escases de alimentos, porque no podíamos abastecernos y teníamos que comer lo que había”, afirma Barrera.
Por su parte, Héctor Arias sostiene que en aquella época, “hubo grandes campañas de donaciones, hubo quienes tejían ropa de la lana para enviar y hasta quienes empeñaban sus joyas más preciadas. En Malvinas hubo containers con las donaciones que se hacían desde el continente. A nosotros no nos llegó nunca nada; por razones operacionales ya que estábamos permanentemente en combate, y no nos pudieron ser entregadas”.
Las tropas argentinas dejaron de tener racionamiento de comida caliente desde el día 14 abril. Los combatientes eran asistidos con alimentos, de acuerdo a la posición que tenían. Muchos de ellos recurrían a las hierbas que podían cortar para alimentarse en el campo de batalla.
Según el relato de Arias, “cada vez que cavaban un ‘pozo de zorro’ brotaba agua, por lo que nuestra bolsa de cama era similar a sumergir una esponja en una bañadera. Debíamos sobrevivir a las inclemencias del tiempo; de a poco nos fuimos acostumbrando al frío, a veces estaba muy oscuro y era de día, con lo cual perdíamos la noción del tiempo”.
El hundimiento del crucero “Gral. Belgrano”
La Marina Argentina había ideado un ataque con el método “tenaza”, que consta de atacar los flancos del oponente en forma simultánea, con un movimiento de pinza, después de que el oponente ha avanzado hacia el centro de un ejército, el cual, responde moviendo sus fuerzas exteriores hacia los flancos del enemigo, para rodearlo.
El 1 de mayo de 1982 era la fecha elegida para realizar las acciones, pero los aviones no pudieron despegar de la cubierta de vuelo. El ataque es cancelado y las tropas se repliegan, durante este alejamiento es cuando se produce el hundimiento del crucero ‘Gral. Belgrano’.
El movimiento del mar provocó que muchos soldados pudieran salvarse, y sobrevivieran en aquellas aguas heladas. Aunque por las deformaciones de los materiales y las aberturas que quedaron herméticamente cerradas, varios soldados argentinos perdieron la vida al no poder salir.
Barrera recuerda que en el año 1976 le tocó participar de un episodio que de algún modo marcaría la permanencia del conflicto entre Argentina y Gran Bretaña. “Nos encontrábamos embarcados en el buque llamado ‘ARA Almirante Storni’, y nos dieron la orden de ir a Malvinas a capturar al barco científico Shackleton”.
“Como dictan las normas internacionales –continúa el marino- la primera medida fue hacer salvas para la detención del barco, y luego si no para se le tira a pegar. Entonces el comandante del Shackleton invitaba a nuestro comandante a ir a dialogar a Malvinas y recibió la negativa del diálogo, por ello tomó intervención el gobierno nacional argentino, a través de la cancillería”. Esta no sería la última vez que vieran al Shackleton, porque en 1982 regresaría a las aguas del Atlántico para dar combate en la guerra.
El fin de la guerra
El 14 de junio se decide el cese del fuego, con la rendición del Ejército Argentino. Posteriormente, comenzó el regreso de los soldados sobrevivientes. Héctor Arias recuerda con un dejo de amargura el día que les notificaron de la rendición. “Fue una noticia que nos cayó mal, pero tiempo después los mismos ingleses reconocerían el valor del soldado argentino, por ser aguerrido, valiente, por soportar las vicisitudes que le tocaron vivir. Pero más que todo, el reconocimiento era para aquellos chicos que solo tenían 18 años”.
Eduardo Barrera afirma que a los ex combatientes “no se les dio el valor que necesitaban. Debieron haber sido recibidos con gran estímulo. A nivel nacional, la recepción fue como muy fría, y la sensación de derrota se mezclaba con un ‘no pasó nada’. Con el correr de los años, la sociedad fue reconociendo, aceptando e integrando a los ex combatientes, fue un proceso largo y duro. El veterano venía con su mochila de stress, traumas, problemas mentales profundos por las secuelas que deja la guerra”.
Cuando se le consulta sobre una posible apertura al diálogo con Inglaterra, Barrera se muestra esperanzado con que las Islas del Atlántico Sur, sean recuperadas para la Argentina por la vía diplomática. “No hay otra alternativa”, expresa.
En este sentido, algunos historiadores sostienen que Leopoldo Galtieri, presidente de facto en 1982, fue mal informado por Gran Bretaña, pues la salida diplomática era viable en aquellos meses previos a que se desatara la guerra, cuando justamente se cumplían 150 años de la toma de Malvinas, por parte del Reino Unido.
“Los verdaderos héroes quedaron allá”
“Yo nunca voy a considerarme héroe. Los héroes son los que quedaron en Malvinas. Los verdaderos héroes quedaron allá”, subraya enérgicamente Héctor Arias y hace referencia a las polémicas discusiones en las que se ve envuelto con quienes no concuerdan con esta afirmación. “En todos estos años me entregaron varias medallas, no uso ninguna; porque los héroes son los que juraron a la Bandera defenderla hasta perder la vida, y así lo hicieron”, dice mientras sus ojos se humedecen.
Al regresar de la isla, Arias estuvo seis meses con tratamiento psiquiátrico, intentado superar el temor que le provocaban algunos ruidos fuertes, que semejaban al estallido de las bombas. “Tuve la voluntad de superar esa situación y lo hice, con ayuda profesional pero sobre todo con el gran amor de mi familia”.
Las Malvinas son argentinas
Las consecuencias de una guerra pueden ser multicausales, en el caso de Malvinas, las crisis económicas que atravesaban ambos países fueron determinantes, y más cuando están en juego recursos importantes como el gas, el petróleo, etc. En este sentido, las Islas cuentan con esos recursos, y también constituyen una zona pesquera de gran riqueza. Además, estratégicamente se tiene el control de los flujos de navegación sobre los dos océanos, Atlántico y Pacífico. Por ello, tienen un valor extraordinario; y es territorio legítimamente argentino, porque se encuentra dentro de nuestra plataforma submarina.
40 años después, sigue la herida abierta que no cicatrizará jamás. Argentina es una tierra de paz, que cada 2 de abril vuelve con el mismo clamor para que no haya olvido y se recuerde respetuosamente a quienes defendieron nuestra soberanía, y dejaron su vida en ello.