El odio que nos controla: los límites de la libertad de expresión

maximiliano herrera

Maximiliano Herrera

Periodista
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Maximiliano Herrera

Periodista
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El Colegio de Psicoanalistas emitió un informe donde consideró que Laura Di Marco y Viviana Canosa, al referirse a Florencia Kirchner “emitieron al menos 7 afirmaciones diagnósticas y etiológicas: adicción, abuso, anorexia nerviosa, psicopatía, narcisismo patológico, bipolaridad, intento de suicidio”. Lo sucedido nos hace pensar hasta qué punto bajo la bandera de la libertad de expresión se abalan los discursos de odio y el peligro de que éstos se puedan transformar en un insumo para la política. 

Hablemos del odio y sus efectos

Hace unos días Viviana Canosa junto a Laura Di Marco emprendieron el camino de la libertad de expresión en su programa “Viviana con vos”, hablando, desde el desconocimiento, sobre la salud de Florencia Kirchner, exponiendo fotos de sus redes para brindar así juicios de valor rompiendo cualquier código ético en el ejercicio de la profesión periodística donde ambas jugaron a diagnosticar a la hija de la Vicepresidenta algún tipo de patología basándose en absolutamente nada.

¿Qué peligros puede tener la propagación de estos discursos para el bienestar social?

La toma del capitolio en EE. UU, el intento de magnicidio a CFK, el rechazo a las nuevas leyes de inclusión, la discriminación hacia colectivos sociales como LGBTQ+ , la deshumanización de minorías migratorias, el ataque a las instituciones en Brasil por parte de bolsonaristas ante el triunfo de Lula y el deseo por parte de Hebe de Bonafinni de que las pistolas Taser sean probadas en la hija de Macri, son hechos que, salvando la distancia entre discurso y hecho, tienen un factor en común: están atravesados por el odio o fueron determinados por él.

¿Puede el odio llegar a ser un insumo para hacer política? La respuesta evidentemente es sí.

Sabemos que el ejercicio de la política es un campo donde se desatan guerras frías, donde medios opositores o no al gobierno de turno terminan siendo la principal herramienta para influenciar e instalar ideas. En este caso, por Ej. buscando generar un efecto negativo de la imagen de Cristina Kirchner, bastó con decir que por falta de “nutrición materna” y su hija sufría anorexia pera luego decir que Cristina es “una gran resentida”.

El ataque de los haters

Pero hoy en día, no solo los medios tradicionales, sino también los nuevos, han creado un mecanismo de comunicación nutrido por el odio, hay un ataque masivo e instantáneo de haters.

El odio se derramó en la sociedad como el petróleo en el mar y pareciera que odiar es más fácil que empatizar.

En la era digital lo que nos conecta, nos aproxima y nos facilita el acceso a los otros es al mismo tiempo el mecanismo que permite que diferentes individuos y grupos sociales sean asediados, amenazados y deshumanizados de una manera ampliada, capilar y económica donde los algoritmos, que clasifican, orientan, incitan y legitiman, desde el anonimato, ciertos discursos, son los que van estableciendo un modelo particular de comunicación pública.

A pesar del esfuerzo de las plataformas, esto es algo muy difícil de regular.

En el contexto de post dictaduras, recuperación de la democracia, integración de minorías étnicas y culturales, digitalización de la comunicación, hiperconectividad y renacimiento de la derecha extrema, el avance de los haters en los sistemas de comunicación resulta al menos, inquietante, ya que desalienta la participación en el espacio público democrático de los grupos desfavorecidos y promueve el ataque hacia ellos. 

Los personajes odiadores estuvieron presentes siempre en la cultura, pero hoy quizás deambulan más en la superficie, porque, en parte, hay un suelo fértil donde figuras públicas siembran ese sentimiento.

El hater se convirtió en un personaje “aceptado”, lo cual conlleva un gran peligro, porque se toma por personaje a quién no lo es, ni Milei ni Eduardo Feinmann ni Viviana Canosa son personajes, sino haters en alza con poder de influencia.

La libertad de opinión

Desafortunadamente, en muchas partes del mundo, la libertad de expresión sigue siendo un sueño lejano, que enfrenta la resistencia de aquellos que se benefician silenciando el verdadero debate, sofocando las críticas o bloqueando la discusión sobre temas sociales desafiantes para sentarse a hablar “como si nada” de la salud de una persona.

Estos discursos dañan la esfera social donde la democracia necesita hacer pie y es por eso que no pueden ser pasados por alto. Hay que diferenciar la libertad de expresión del discurso del odio.

Como dijo en un discurso la ex canciller alemana Angela Merkel: “La libertad de opinión tiene un límite y ese límite es cuando se propaga el odio”.

Dar información falsa sobre algo delicado como la anorexia no es una opinión, es un discurso de odio.

Estos mecanismos de la comunicación de masas están alimentando voluntaria o involuntariamente– una lucrativa industria del odio social que opera auto-destructivamente en ramas de la propia economía y de la vida social.

Todo debate posible es esquivado y reducido a conceptos simples y superfluos y el gran problema que puede avecinarse es que el discurso de odio gane la batalla discursiva y comience a ser aceptado por la mayoría para luego convertirse en una herramienta de acción política.