Cada día del periodista genera tensiones. Es un día donde se celebra un oficio antiguo, pero también ambiguo y filosófico, ya que vuelve a recurrir a preguntas que, aunque parezcan respondidas, nunca terminan de integrar un consenso general y cerrado sobre la importancia que implica en las democracias modernas ¿Qué es la libertad de prensa? ¿Es libertad de prensa o libertad de empresa? ¿Existe el periodismo militante? ¿El periodista debe ser parte o sólo un testigo? ¿Son lo mismo prensa y periodismo? ¿Cómo debe ser y cómo es el vínculo del periodismo con el poder económico y político? Etcétera.
Hace algunos días, al dueño de un medio, otrora llamado “militante”, se le ocurrió preguntarse dónde estaban los alimentos que el gobierno se negaba a distribuir entre los comedores del país. Roberto Navarro, dueño El Destape le encargó al periodista Ari Lijalad se ocupe del tema. El periodista solicitó, mediante un pedido de acceso a la información pública, se detalle el lugar, la cantidad y el estado de esos alimentos. A partir de la respuesta del gobierno, la realidad comenzó a cambiar, y lo que podría haber terminado en un hecho meramente descriptivo de una información con los datos necesarios para completar una noticia, la iniciativa periodística logró que la justicia intervenga exigiéndole al gobierno distribuya esa comida.
También permitió que el abogado y dirigente social, Juan Grabois, que ya se habían presentado en la justicia exigiendo que los alimentos lleguen a los comedores, active con más fuerza y con herramientas políticas y jurídicas, una lucha sin tregua. Pero no todo fueron los galpones de comida. La lupa social y mediática se posó sobre el ministerio de Capital Humano y comenzaron a conocerse otras historias. Sobresueldos, rugbiers ñoquis, compra de comida con sobreprecios, renuncias masivas y una Sandra Petovello en la mira, tanto que tuvo que salir a ser respaldada públicamente por el mismísimo Milei.
En este fragmento, tal vez, haya muchas respuestas a las preguntas planteadas. Pese a ser este un gobierno que de la intolerancia hace un culto, no pudo impedir que la noticia saliera al aire, porque la libertad de prensa es un derecho constitucional.
Lijalad dijo luego que el periodismo es un hecho colectivo que necesita, no sólo de un periodista, sino también de un medio que decida publicar esa información y de otros colegas para viralizarla. Aquí comienzan otras tensiones. En este caso la idea fue del medio, pero en muchos otros, el periodista propone al editor un sumario con potenciales notas, que, según su criterio, deberían ser trabajadas y publicadas, la cuestión es que el medio no siempre está de acuerdo. Muchas veces por criterio estrictamente periodístico, pero muchas otras, por intereses económicos o políticos. Entonces es ahí donde la lógica empresarial del medio decide por sobre el criterio del periodista y, el concepto de libertad de prensa, es decir, el derecho de expresión, desaparece y la libertad del medio se sobrepone a la libertad individual abriendo otra lógica incómoda: la prensa es la empresa. Otra vez, una respuesta a medias, que seguirá siendo motivo de futuros debates.
El periodismo militante, es un término de estos tiempos y nació con el kirchnerismo en el gobierno. Un movimiento político que abrazó muchas causas nobles para ejercer el poder y hacer gala de su enfrentamiento con el “poder real”, es decir, con el poder monopólico de las economías globales. Ése mismo que el economista Alvarez Agis describe como un nuevo fenómeno mundial, el de los mega multimillonarios que montan estructuras globales para evadir impuestos y concentrar el 40% del PBI global, por ejemplo. Pero también se referían al poder mediático, ése que ostenta Clarín con casi 300 señales en el país y que, con Macri, logró ampliarse aún más como accionista principal de telefonía. Esas causas nobles de aquel momento político donde proliferaba la ampliación de los derechos individuales y de los derechos humanos, contaron con la simpatía de un grupo de comunicadores que militaban por un gobierno que representaba sus ideales -aunque también hubo muchos que hicieron sus negocios en nombre de esos ideales-. Rodolfo Walsh es la gema de este concepto. Entre 1970 y 1973 militó en el Peronismo de Base y luego se pasó a Montoneros. A sabiendas de que su vida estaba en riesgo, igual decidió publicar la Carta Abierta a la Junta Militar, porque en ese momento hacer periodismo era militar a favor de la libertad, y el cauce para hacerlo, era el peronismo. Entonces, cuando el humanismo es parte de un movimiento político, es probable que, desde ahí, en su nobleza, cierto periodismo encuentre alguna identificación. Hoy nadie se anima a discutir la legitimidad de Walsh, ni siquiera aquellos periodistas que trabajan para el poder económico.
Aunque muchas veces el ego juega en contra, el periodista debe ser testigo de la realidad, no el protagonista. Por ejemplo, con el correr de los días ya dejó de importar quien publicó la información sobre la comida guardada. Es más, puede que la mayoría ignore quien lo hizo. Importan los hechos, importa la información. Es como la canción popular de la que se adueñan los pueblos para cantarla, muchas veces sin saber quién la creó. Es esa nobleza de lo popular y de lo anónimo que adquiere el oficio periodístico. “Es un acto de servicio, es ponerse en el lugar del otro, comprender lo otro”, decía Tomás Eloy Martínez.
La prensa en la era de Milei
Hoy, aquellas viejas tensiones vuelven a ser nuevas. El ministro de justicia, Mariano Cuneo Libarona denunció a Nancy Pazos y a Darío Villaruel por “incitación a la violencia”, lo hizo de manera personal y no como funcionario público. “Si quieren intimidar a otros periodistas, lo están logrando”, dijo Pazos. Un verdadero ataque a la libertad expresión, así lo entendió la misma justicia que terminó rechazando la iniciativa.
“Como le va señor domado”, le dijo Milei a Fabian Waldman, periodista de FM La Patriada que mantiene intercambios ya clásicos con el vocero Manuel Adorni. Un gesto fiel que describe la intolerancia infantil del presidente con todo aquel que se anime a cuestionarlo. Otro ejemplo de lo mismo es el ataque sistemático a Editorial Perfil, no sólo cortando la pauta oficial por un año, como lo hizo figurativamente con todos los medios, sino festejando públicamente que el medio de Jorge Fontevecchia posiblemente desaparezca. “Ya quebró una vez y lo salvó un empresario, después lo salvaron los políticos y ahora como no tiene pauta, va a la quiebra”, dijo en alguna entrevista. “Mire presidente, no pudo quebrarnos la dictadura militar, no pudo quebrarnos Menem, no pudo quebrarnos Néstor Kirchner, tampoco va a poder usted”, respondió Fontevecchia.
La eliminación temporal de la pauta oficial, algo también previsto por ley, termina promoviendo de modo discrecional, los acuerdos clandestinos entre los miembros del poder y los miembros de la prensa, una especie de tráfico ilegal de dinero a cambio de favores mediáticos donde, una vez más, prohibir es potenciar. Sin embargo, Milei, logró armar un sistema de pauta indirecta con el que, mediante empresas de ese Estado que odia, financia a medios que utiliza como canales para comunicar su gestión.
Creo que aquellas viejas y perennes preguntas vuelven a plantearse una y otra vez, porque una y otra vez, el poder, cualquiera fuere, intenta ocultar información, y en ese afán permanente, el periodismo tiene todavía un rol que, aunque entre incómodo y complaciente, sigue siendo fundamental para intentar construir una mejor humanidad.