Y como era de esperarse, los investigadores del CONICET efectivos y los concursados sin efectivizar (muchos de ellos hoy desempleados) también son considerados “casta”. La definición del término “casta” no es sencilla, pero hace referencia a un grupo o sector dentro de uno más amplio que se mantiene separado por su función, rango, creencias o condiciones étnicas. Según el Diccionario de la Sabiduría Oriental de la editorial Paidós, en la tradición religiosa hinduista el Brahmán es el miembro de la casta sacerdotal que, en la época védica (antes del siglo V a. C.), era el encargado exclusivo de cantar los himnos sagrados del Rig-veda. El canto de esos himnos estaba prohibido bajo pena de muerte para quienes no fueran Brahmanes, y el permiso era hereditario. Es fácil comprender que, en el discurso del presidente, “casta” tiene un significado distinto y, sin embargo, se puede ver también una analogía vinculada a la idea de un privilegio. El Brahmán está en la cúspide de la pirámide y posee el privilegio de sangre que le permite relacionarse, a través del canto, con los dioses y sus favores.
Ahora bien, si la analogía se vincula a la noción de privilegio, la pregunta es: ¿de qué privilegio goza la “casta” en el discurso que circula hoy? La respuesta se hace evidente por el uso del término: es “casta” todo aquel que se encuentre en la función pública y, por ello, esté protegido por el Estado. Es en vano insistir en que toda La Libertad Avanza, que hoy ha accedido al poder, goza de los privilegios más exclusivos de esta “casta”, porque la lógica del asunto es otra. El uso discriminatorio —en el propio sentido del término— actúa como un filoso corte que separa, por un lado, a los holgazanes que se recuestan, abrigan o esconden bajo el amparo de la estructura del Estado, de quienes, por el lado contrario, se entienden como emprendedores, es decir, individuos heroicos que viven su saga en la peligrosa batalla del mercado laboral.
El libro Está entre nosotros, coordinado por Pablo Semán, tiene un capítulo titulado “Juventudes mejoristas y el mileísmo de masas”, firmado por él y Nicolas Welschinger, donde se señala algo que nos resulta de mucha utilidad. A pesar de que los análisis políticos del libro son francamente cuestionables y que el tono general de la propuesta posee más fascinación por la decadencia que amor por su superación, el capítulo mencionado no tiene desperdicio en tanto documento para el conocimiento de la otredad. Una otredad que el gran humorista Pedro Saborido supo señalar en una entrevista diciendo: “vieron que en las ferias de artesanos hay gente que hace pulseras y otros adornos con tenedores pulidos, yo los veo y me pregunto ¿quién puede comprar eso? Bueno, hay quien lo compra. ¡El otro existe!”. Semán y Welschinger, a partir del trabajo de campo, lo describen con gran precisión en sus aspiraciones morales y su disciplina. El joven entrevistado se autodefine como un soñador o un emprendedor capaz de sobreponerse a la intemperie del mercado gracias, básicamente, a técnicas de optimización del yo, como lo son la disciplina y la motivación. Este yo perfeccionado busca la superación personal, lo que significa convertirse en alguien más empleable y competitivo. En el libro de Semán y Welschinger, el entrevistado utiliza la “disciplina” de estudio Pomodoro, que consiste en dividir el trabajo en intervalos cortos, como si fueran rebanadas de un tomate (de ahí el nombre Pomodoro, que significa tomate en italiano). Cada una de estas secciones dura veinticinco minutos, luego viene un descanso de cinco minutos, y cada cuatro pomodoros se intercala un descanso largo de unos veinte minutos.
Es significativo que esta disciplina, que podría encasillarse en la categoría de autoexplotación dado que divide el tiempo en estancos programados para establecer metas de rendimiento y productividad, sea vivida desde adentro, por quien la practica, como un compromiso moral. La meta en cuestión es una promesa que el sujeto se hace a sí mismo en silencio, y su rompimiento implica una derrota espiritual. Como puede advertirse, sostener esta disciplina no es fácil, y para lograrlo juega un rol fundamental la motivación, cuya fuente se encuentra —en el caso que estamos comentando y en tantos otros— en la literatura de autoayuda. En términos generales, la literatura de autoayuda es un singular maridaje entre el campo de la psicología y la religión norteamericana. Los movimientos religiosos y terapéuticos en el país del norte poseen un gran vigor desde el siglo XIX, y desde esa época existe mucha literatura al respecto. El asunto tiene su lógica: uno de los países más religiosos del mundo (a su manera) recibió el impacto de la psicología, que en esa época daba sus primeros pasos firmes, y lo que resultó de allí es un enlace singular que puede apreciarse en movimientos tales como la Mental Science (Ciencia Mental) o la Christian Science (Ciencia Cristiana). Con la hegemonía cultural estadounidense, estas literaturas y prácticas se expandieron a todo el planeta. El texto citado que utiliza para motivarse el sujeto que practica la disciplina de formación Pomodoro es El monje que vendió su Ferrari de Robin S. Sharma, quien, en su página web oficial, es descrito como un humanitario, experto en liderazgo y asesor de empresas titánicas como Coca-Cola, Nike, Microsoft, etc. En una imagen aparece sentado junto al multimillonario Richard Branson, quien, según el relato oficial fundó su primera empresa a los dieciséis años y por estos tiempos se encuentra en la carrera por la conquista privada del espacio exterior. Además, Sharma es publicado por la gran editorial conservadora Harper Collins, que también publicó La Batalla Cultural: Reflexiones Críticas Para una Nueva Derecha de Agustín Laje.
El discurso motivacional de Sharma podría resumirse en la típica idea emprendedora de que para triunfar hay que romper las reglas y los límites que impone el mercado, y tener el coraje de hacer lo que solo el cinco por ciento de la humanidad ha hecho para constituirse en dominantes y legendarios. Esta es la espiritualidad que consume el soñador entrevistado en el libro. Así, los puntos se unen: una vida heroica en un mercado competitivo, una disciplina marcial para vencer en este medio donde se da la lucha por la supervivencia y la supremacía, y una espiritualidad que dinamiza las energías subjetivas con un relato profundamente emocional que da claves unificadas para la superación personal y empresarial, como si fueran una misma dimensión. Para un sujeto que se autoimpone semejante formación integral en los confines de esta saga, quienes dependemos del Estado o tenemos una relación de dependencia con ciertas garantías laborales somos moralmente inferiores. O, como dijo Milei en el caso de los investigadores del CONICET, somos personas que se esconden “canallescamente” detrás del Estado. Como ya dijimos, se trata de dividir a la población en dos: de un lado está el emprendedor neoliberal con su disciplina y espiritualidad, y del otro, la casta. En este contexto, no es difícil definir el concepto tal como se usa. Casta: todo aquel ciudadano argentino que no se adecua espiritual y materialmente a las condiciones antropológicas que impone la lógica del mercado global que opera como un destino.