Por Adriana Vanoli
No hay que buscarlas en libros de historia ni en cuadros. Ellas caminan este tiempo y en este espacio, donde sembraron en generaciones la rebeldía al padecimiento y la resignación. Cada golpe, producto de un mundo injusto, lo transformaron en lucha, servicio, libertad y semilla.
Estela Lemes. Maestra rural desde los 12 años, hoy es símbolo de lucha contra los agroquímicos en las escuelas fumigadas. “Todavia tengo mucho por hacer”.
Es la menor de 8 hermanos. De mamá cocinera de escuela y papá policía. Su vocación fue muy clara desde siempre. Tenía 12 años cuando cubrió todo un mes a la maestra de primer grado en una suplencia. Fue en la escuela de Ceibas, el pueblo del departamento de Islas de Ibicuy, en la provincia de Entre Ríos, donde nació.
“¿Por qué di clases a los 12 años?, nos aclara repitiéndose la pregunta. “Porque al ser la hija de la cocinera, iba desde que tenía 3 años al colegio”, se responde. A los 5 años empezó primer grado y a los 11 egresó. La familia vivía pegada a la escuela, la directora era vecina, y no había maestra para primero. “Me dijo si no me animaba a dar clases, le dije que sí”, recuerda. La directora preparaba la clase y la niña de 12, estaba a cargo del grado y enseñaba.
La historia cuenta que un inspector de Santa Fe, llegó a la escuela para la supervisión anual y al verla tan desenvuelta, le consiguió una beca en el Rotary Club para estudiar el magisterio a Gualeguay, pero, su padre no la dejó.
Como, en algunos casos, los deseos no mueren, Estela concretó su anhelo. Con su cuarto hijo nacido, y de adulta, hizo el secundario en tres años y, luego, en Villa Paranasito, hizo el profesorado donde se recibió con el mejor promedio. Su primer trabajo llegó enseguida y duró 7 años, hasta que tomó el cargo de directora en la Escuela la 66 Bartolito Mitre de Costa Uruguay Sur, en Gualeguaychú donde está hace ya 21 años.
Tiene 7 hijos -cuatro varones y tres mujeres- y 10 nietos “Ellos son la razón por la sigo de pie, para que ellos sepan y digan, mi abuela luchó para que esto cambie y que nadie le pueda decir que su abuela no hizo nada”.
La lucha que nombra Estela es la denuncia y el padecimiento por las fumigaciones con agroquímicos realizadas sobre las inmediaciones de la escuela.
Todo comenzó en 2009, cuando “fumigaron el asado del día de la madre”. Al siguiente año, 2010, una avioneta fumigaba en el campo de enfrente y daba vueltas en círculo por arriba de la escuela. El chorro caía sobre las cabezas. La de ella y las de su gurisada. “Hay un video que filmé con un teléfono y lo mandé a la Secretaría de Producción de la provincia, pero nunca supe qué pasó con ese video”.
Las fumigaciones continuaron, año tras año. En 2012, fue la más grande. Estela llamó a las familias para que retiraran a los chicos de la escuela. Llamó a una radio y a la policía. Todos en el alambrado pidiendo que pararan, alzando guardapolvos como banderas que piden clemencia. La avioneta continuó hasta concluir la fumigación.
En 2014 empezó con dolores musculares, mareos, pérdida de equilibrio. “Pensé que lo mío podía ser menopausia, pero, luego supe por análisis que tenía glifosato y cloripirifos etil en mi organismo”, dice.
El deambular por un diagnostico que compromete sistemas de producción no les fue fácil a ninguna víctima de las fumigaciones, para Estela tampoco. La doctora Mirta Borras del Hospital Fernández, diez años después de las primeras fumigaciones, un estudio de laboratorio le dio la razón: tenía glifosato en sangre.
En 2016 denunció que la ART estatal no le cubría el tratamiento, Después de tres años, la Justicia Laboral de Gualeguaychú falló en su contra. Ella continuó su reclamo.
Se hizo justicia
En abril de 2021, La Sala II Laboral de la Cámara de Apelaciones de Gualeguaychú falló a favor de Estela Lemes. Se reconoció que la enfermedad que sufre fue causada por envenenamiento de las fumigaciones con agrotóxicos
“Luché por mí, por mi enfermedad y por mis gurises, para que se sepa que los agrotóxicos enferman y matan”. Un antecedente que marcó historia.
Hoy sigue en su escuela, la primera de modalidad Nina rural de Entre Ríos, con una jornada extendida con teatro, huerta, cocina saludable, música y danza. “Con 27 años de docencia podría estar jubilada, pero sé que todavía tengo mucho para hacer aquí en la 66, y quiero hacerlo”, dice la maestra.
Susana González Gonz: Que cada cuerpo encuentre su danza.
Y que sea perdido el día que no hemos danzado para nada! Y que sea falsa para nosotros la verdad, en la cual no ha participado la risa.
Friederich Nietzche.
Es la pionera de la Danza Integradora en Argentina. Fundadora y titular de la Cátedra abierta Danza Integradora y del proyecto “Todos Podemos Bailar” en la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Creadora, directora y coreógrafa del “Grupo Alma», primero en Argentina en la modalidad de la Danza Inclusiva.
Ex gimnasta, profesora de expresión corporal, coreógrafa, psicóloga social, coreógrafa. Como suele ocurrir con algunas personalidades en un contexto determinado y con profunda sensibilidad, ante una pérdida o dolor tajante, Susana abrió las aguas de un mar Rojo y sublimó ese dolor para transformarlo en arte, oportunidad y restauración.
Nacida en la Maternidad Sardá, vivió desde siempre en Valentín Alsina. Fue “La” profesora de educación física muy recordada por las alumnas. Invitada a los viajes de egresados y a poblar de recuerdos la vida de muchos y muchas profesionales de la danza y la gimnasia distribuidos por el mundo. Incursionó en la gimnasia artística deportiva y más tarde en la gimnasia rítmica deportiva trayendo al país todas las novedades sobre esta disciplina.
En 1973, nace Demian, luego vendrían Javier, Darío y Natalí. Aunque ejercía como profesora en diferentes instituciones de educativas, siempre le interesó la danza, la música y el ritmo en todas sus formas. Tenía como norte la vida de Isadora Duncan, precursora de la danza moderna, y de Olga Cossettini, docente argentina impulsora de una escuela para la vida.
Demián su hijo mayor, a los 14 años, soñaba convertirse en uno de los gimnastas que entrenaba su padre, seleccionador nacional de gimnasia artística. Una falla en un salto en la cama elástica, le cambió la vida para siempre. No volvería a caminar. La angustia puede ser un silencioso ruido que ahoga los sueños más profundos. Demian quedó devastado y de otra manera, también Susana.
“A partir de ahí, la vida toma para mi familia un vuelco inesperado: los roles cambiaron y nos tuvimos que adaptar a la nueva situación como fuimos aprendiendo”, cuenta Susana en su libro “Danza Integradora. Vida, arte, inclusión y otredad”. Los hermanos mas pequeños jugaban con la silla de ruedas del mayor como si fuera un carrito o una ambulancia. El padre tomó licencia para acompañar a rehabilitación, estuvo internado un mes en el Hospital Garrahan, primero terapia intensiva, después terapia intermedia. Más tarde en ALPI. “Fue muy duro, y yo, con una mochila cargada de infinita tristeza, seguí trabajando como pude”, cuenta.
Susana pensaba: “Si no camina, bueno, que dibuje, que lea, que cante, que escriba, que haga cosas con las manos. Y decía si no camina con sus piernas tiene que caminar en la vida, tiene que encontrar otra manera de caminar”
Esta maestra del movimiento, había formado gimnastas durante 15 años en Gimnasia y Esgrima de Villa del Parque, también había sido pionera de la gimnasia rítmica en 1975, e integrado el primer grupo de danza-expresión corporal del país. En ese momento tomó todos los empleos que pudo: en el Profesorado de Expresión Corporal, en el de Educación Física, en la escuela de titiriteros de Avellaneda –que cofundó– y en una escuela de Lanús. Al poco tiempo se sumó al plantel docente de la Escuela Nacional de Danzas: ahí, un cartelito otra vez le cambiaría la vida.
El cartelito decía: Curso de Danza Integradora en silla de ruedas, en Obras Sanitarias, por la doctora Gertrude Krombholz, alemana. Era agosto del año 1990.
Comenzaron a asistir con Demian tres veces a la semana. Cuando terminó el curso los invitaron a Munich a presentar el tango argentino en un campeonato internacional de Danza Integradora en silla de ruedas. Desde aquella vez, ya nunca más, su hijo dejo de bailar.
Hoy Susana es una referente. Creadora, directora y coreógrafa del “Grupo Alma», primero en Argentina en la modalidad de la Danza Inclusiva. Como invitada especial, asistió a festivales artísticos y congresos pedagógicos en Alemania, Rusia, México, Cuba, Brasil, Ecuador, Guatemala, Chile y Uruguay.
Junto a Demian, participó en el rodaje de la película «Mundo Alas» de León Gieco. Es la fundadora y actual presidente de ADIA Asociación Danza Integradora Argentina.
“Cada persona con o sin discapacidad es única e irrepetible, y ofrece nuevas oportunidades de movimiento más allá del cuerpo que habite. Se trata de rescatar las capacidades dormidas, descubrir los colores del mundo interno y al artista que llevamos dentro”. Ella ofrece ese rescate cada día, hasta hoy.