Se conmemoró un nuevo aniversario de uno de los hechos de mayor trascendencia para el protagonismo riojano en el plano nacional e internacional: 208 años del inicio de la Expedición Auxiliadora Zelada-Dávila, la gesta sanmartiniana que repercutió en el escenario latinoamericano. Durante tres días, El Péndulo recorrió el trayecto emprendido por la columna de héroes riojanos que liberó las ciudades chilenas de Huasco y Copiapó.
Hito fronterizo de Come Caballos
El pasado sábado, 18 de enero, en el hito fronterizo de Come Caballos, se conmemoró el comienzo de una de las mayores proezas en la historia provincial.
Por estos días de enero, en el año 1817, el teniente coronel Francisco Zelada y el capitán Nicolás Dávila dirigieron una tropa de 50 hombres y casi un centenar de auxiliares; como parte de la cruzada libertadora de Chile, ordenada por el General San Martín. La cuadrilla reagrupada en la provincia de La Rioja debía atravesar los Andes y liberar las ciudades chilenas de Huasco y Copiapó, el 12 de febrero del mismo año, hecho que finalmente se concretó en tiempo y forma.
La Expedición en primera persona
Del 16 al 18 de enero, El Péndulo reeditó el recorrido realizado por estos héroes, partiendo desde el Olivo Histórico de Guandacol hasta el hito fronterizo de Come Caballos, a 4500 metros sobre el nivel del mar.
En ese lapso, intentamos dimensionar lo descomunal de la misión concretada hace 208 años atrás. Con sólo constatar que ni siquiera los modernos elementos de movilidad, campamentismo, abrigo, alimentación y asistencia sanitaria son suficientes para contrarrestar por completo el rigor de la alta montaña; uno puede aproximarse tímidamente a la entereza de aquellos hombres.
Tras una década y media de reivindicación de esta epopeya, hoy, la misma parece desdibujarse a causa del paso del tiempo, la falta de recursos económicos y los cambios de paradigmas culturales que sobrevuelan actualmente a nivel nacional.
En esta edición, el Gobierno provincial tuvo una muy discreta participación, producto de esta serie de factores. Diferente a la marcada presencia chilena, que doblegó en asistentes y alusiones patrias.
El Péndulo se sumó a un grupo de apasionados por las vivencias paisajísticas e históricas y recorrió cerca de 200 kilómetros entre Guandacol -Departamento Felipe Varela- y el hito fronterizo argentino-chileno.
Dos camionetas (una simple tracción y la otra 4×4), nueve personas (5 hombres y 4 mujeres; en relativo estado físico) y elementos básicos de campamentismo.
La travesía estuvo dirigida por el guía en turismo Julián “Catu” Salinas, un “promesante” de la Expedición. Tras haberla cumplido, años anteriores, en distintos vehículos automotores, bicicleta y caballo; en esta ocasión, concretó el último tramo de la incursión a pie.
Fueron 3 días de intenso andar, de gran agotamiento físico, de un permanente desafío mental y de una enorme plenitud interior.
Tres jornadas agotadoras y fascinantes
Nos agrupamos parcialmente en Villa Unión y completamos el equipo en Guandacol -centro estratégico de encuentro de la tropa de Zelada y Dávila-, atravesamos la Quebrada de El Zapallar hasta llegar al refugio Puerta del Leoncito, a 3500 metros sobre el nivel del mar, al pie del cerro del Leoncito (4664 msnm). Allí, armamos el primer campamento en una casilla que está permanentemente mantenida por las empresas mineras que recorren verticalmente el extremo noroeste de la provincia. La edificación es de suma vitalidad para la protección contra el intenso frio cordillerano (aún en época estival), el viento y la lluvia. Además, cuenta con cuatro baños químicos que reciben una limpieza casi diaria. Mucho para lo que uno podría pretender de esas lejanías.
Refugio Portal del Leoncito
Durante las horas de la tarde acondicionamos el lugar. La casilla es explícitamente eso: una carcasa compuesta de sus cuatro paredes y un techo lo necesariamente firmes e impermeables como para un sobrio resguardo. No es poco; tampoco lo suficiente como para afrontar las bajas temperaturas -que penetran ni bien se esconde el sol- y la siempre amenazante puna.
Un zorro merodea el lugar con decidida familiaridad y prudencia. Se nota que sabe el oficio de aprovechar los restos que quedan tras el paso de los ocasionales visitantes.
Para entonces, acentuamos nuestra hidratación -sorbos de agua de manera permanente-, degustamos un buen asado de “altura” como merienda-cena (comemos liviano), acompañamos con un buen (varios) vino y esperamos que el cansancio nos tome con todo su peso. A pesar de eso, nuestro “sommier” (nylon negro que actúa como aislante, una campera inflable y una colcha doblada en dos capas que intentan ser un colchoncito) no es tan reconfortante como parece.
Tampoco lo es la previsión de abundante abrigo con camiseta y calza térmicas, chomba, buzo, capucha y ¡3 pares! de medias. Los más equipados del grupo también cuentan con una bolsa de dormir y/o una colchoneta térmica). Todo esto no disimula la severidad del contrapiso que se empecina en forjar nuestras espaldas. No hay posición del cuerpo que pueda amortiguar tanta dureza. Para colmo, la puna no contempla sensibilidades; más bien, se aprovecha de estas para marcar terreno e imponer condiciones. Nauseas, dolor de cabeza, mareos, falta de aire, desvelo… son algunas de sus manifestaciones.
Regulando cuerpo y alma
No todos padecen estas inclemencias y pueden descansar lo necesario como para emprender un nuevo día. Para quienes quedamos en estado de somnolencia, el segundo día se presenta como opción de renuncia a la travesía.
Una helada tempranera cubre los vehículos hasta emularlos a grandes cubeteras de hielo. El aire frio y el entusiasmo de parte del grupo nos despabila y nos hace activar los sentidos a un entorno paisajístico maravilloso y a la continuidad de una excursión llena de expectativas.
Té de hoja de coca, más hidratación, un puñado de frutos secos (la falta de apetito se afincaría hasta el regreso al llano), y un urgente ordenamiento de las ambivalencias emocionales fueron el impulso para subirnos a los pedales de la bici Venzo Raptor, rodado 29, equipada con lo mínimo y necesario: ruedas tubelizadas (una cubierta trasera que cumplió su gira despedida), trabas, monoplato y 10 cambios. Poco al principio, suficiente para cumplir todo el recorrido sin mayores percances.
La Expedición sobre dos ruedas
El andar es sobre caminos mineros bien consolidados y en constante mantenimiento; principalmente por parte de la empresa a cargo del emprendimiento Josemaría, ubicado en el norte de San Juan (los vehículos de dicha empresa ingresan a la provincia de La Rioja a la altura de Guandacol y transitan todo el valle riojano hasta volver a entrar en jurisdicción cuyana).
El cuantioso transitar de camiones, camionetas, vehículos de asistencia técnica y sanitaria, y máquinas niveladoras, sorprende a quienes presuponíamos que estábamos en un lugar inhóspito (que no dejaba de serlo, salvo por la fuerte presencia de las empresas mineras).
Sobrepasamos la “congestión” vehicular, tramos fangosos, una pendiente que no da descanso, y acortamos algunos sectores zigzagueantes trepando cerros y lanzándonos en el lomo de la montaña a 4000 metros sobre el nivel del mar. Antes de precipitarnos, divisamos los primeros picos que rondan los “6 miles”: El Glaciar El Potro (5879 msnm) y las cumbres del Veladero (6436 msnm) y del Fandago (5612 msnm). Desde allí, al pie de la precipitada bajada por la que deberemos avanzar, afloran los surcos dejados por toradas centenarias. Desde entonces, el terreno quedó tallado, desafiando el paso del tiempo y revelando muestras claras de la ruta comercial que tomaban los antiguos arrieros.
Surcos dejados por las toradas
Todo se paraliza en una mirada. Tanta magia conmueve. Esta vez, el pecho se hincha por tanta magnificencia y no por las bocanadas que provoca la puna.
La adrenalina renueva energías y compensa dudas y temores; pero siempre recordando que la alta montaña impone respeto. Aún en los momentos de autopercepción de mejor rendimiento físico y mental, la permanente hidratación y los movimientos cansinos, son algunas de las claves para mantener la entereza (o lo que queda de la misma).
El deslizamiento por las grandes lomadas concluye en el Salar El Leoncito, donde la Provincia desarrolla un proyecto de exploración de litio. El movimiento minero es moderado y no altera las postales que dejan una cuadrilla de guanacos y de (algo así como) unas perdices andinas.
Retomamos las cuatro ruedas
El almuerzo nos sacude en el refugio de Pastos Amarillos (4170 msnm). Los primeros bocados son atropellados, pero unos pocos “arponeos” atoran el hambre.
Refugio de Pastos Amarillos
El apresurado paso de la jornada nos obliga a reactivarnos rápidamente, para retomar caminos mineros hacia el interminable Llano de Fandango (29 kms. de meseta cordillerana), visitamos el refugio de Pastillos (otrora centro neurálgico del transitar por la cordillera riojana), surcamos una angosta y escarpada quebrada que se diluye en el valle del río Blanco, el principal torrente de toda La Rioja.
Refugio de Pastillos
Una geografía que no escatima en asombros por sus enormes paredones que dibujan castillos góticos, y, en particular, por su acaudalado afluente. Todo ese potencial hídrico –en la provincia de menor volumen de agua en superficie del país- se filtra hacia tierras sanjuaninas, tras cruzar casi todo nuestro noroeste.
Valle del río Blanco
Nuestro periplo continúa sin más pausas; distantes divisamos el refugio de Pucha-Pucha (la única de estas centenarias obras “sarmientinas”, de las que recorrimos, que se encuentra desmoronada); y apuramos el tranco para arribar a nuestro último descanso, el refugio de Come Caballos (4086 msnm). Quedamos a solo 7 kms. del hito fronterizo argentino-chileno.
Última parada
Acondicionamos el lugar para resguardarnos de unas condiciones climáticas que se anticipan con un viento helado y salvaje. El grupo se acomoda en formato “madriguera”, apiñado entre el ropaje propio, bolsas de dormir, colchas, y en inmediaciones al fuego.
El exasperado trajín no impide que, por momentos, la contemplación desplace a la aceleración y se petrifique en el firmamento. Estrellas inmaculadas, vívidas; la noche es mucho más noche, y a la vez más reluciente. El cielo parece alcanzarse con poco más que un salto.
Algunos compañeros optan por la protección del refugio de piedras, otros por pequeñas carpas -que se comercializan como “para alta montaña”, pero que quedan como meros “rompevientos”-, o quienes nos aventuramos al confort de un asiento de camioneta a riesgo de quedar “frizados”. Afortunadamente, esto no ocurre. Esta vez, el cansancio se sobrepone a cualquier otro factor perturbador del sueño. El reposo es tan reparador como para encarar la última etapa de la excursión con el ánimo renovado.
La modorra se corta al momento en que el sol asoma en el valle, alentando cuerpo y espíritu; y delineando sombras, trazos curvos y rectilíneos, y telones superpuestos en una fantástica conjugación de contrastes.
Refugio de Come Caballos
Por más que agitemos el fuego y sumerjamos la pava en el corazón de las llamas, el mate apenas alcanza y conserva una tibieza. La altura (la menor presión atmosférica) también afecta la ebullición temprana del agua. Esto no impide que el encuentro alrededor de la reanimada fogata vaya sumando a cada uno de los nueve excursionistas y a los primeros jinetes que llegan para participar del acto protocolar en horas del mediodía.
Algunos decidimos ponernos en marcha a pie, rumbo al hito limítrofe, pero a la espera de ser alcanzados, más tarde, por alguna de las camionetas del equipo. A poco que esto suceda, una de nuestras “chatas” (la de tracción simple) se detiene en plena pendiente, un plano tan inclinado que impide que el vehículo obtenga el agarre justo para continuar su marcha. Tampoco ayuda la inconsistencia del terreno, el cual se desgrana con una facilidad que asusta. Felizmente, la “4×4” que nos acompaña la rescata en una maniobra arriesgada: acoplando ¡tres! lingas de remolque. El vehículo rescatista debía traccionar desde la horizontalidad más próxima, desde donde inicio el operativo remolque.
Finalmente, el contingente llega completo al ansiado punto de destino, donde una nutrida comitiva de chilenos ya esperaba a su par argentina.
La dilatación de los tiempos protocolares nos permite seguir disfrutando de una belleza inagotable. A 500 metros, aproximadamente, se emplaza un campo de penitentes. Con el último resto, y con la insolación a flor de piel (labios agrietados; pómulos, nariz y nuca irritados), nos acercamos a los hielos en una marcha en cámara lenta (muy lenta), con pausas cada vez más reiteradas y sin olvidar la necesaria hidratación.
Acto argentino-chileno
Volvemos con exactitud suiza, al momento en que, justamente, está dando comienzo el acto formal compartido entre ambas comitivas andinas; aunque, a lo lejos, se imponía claramente la representatividad chilena por sobre la argentina. La cantidad de asistentes, las insignias jurisdiccionales, el rango institucional de los funcionarios presentes y el despliegue técnico, eran una muestra elocuente de la preponderancia atacameña. Incluso, los discursos de los ocasionales oradores reafirmaron esta disparidad cordillerana. Fue el mensaje chileno el que se centró en la trascendencia de la fecha conmemorada, la magnitud de la proeza alcanzada por entonces y de su repercusión en el proceso de independencia latinoamericana.
La ceremonia institucional culminaba con la entonación de los himnos de ambas naciones. Cuando el último tono se perdía en la inmensidad, un cóndor se acercaba para sobrevolar el abrazo entre gauchos y huasos y coronar una nueva reedición de la Expedición Zelada-Dávila-Larrahona.
Fotos: Julián «Catu» Salinas
Dron: «Pipo» Santángelo