Condena a CFK: Un ataque a lo público

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José Jatuff
Colaborador

¿Qué le queda al ciudadano cuando lo común es violentado?

Se puede evitar el suspenso y comenzar por la respuesta: el ciudadano tiene la chance de fortalecer múltiples refugios públicos. Ahora sí, demos un rodeo. La categoría de ciudadano es formal, pero tiene la posibilidad de llenarse de contenido. Si nacemos en Chile, somos ciudadanos plenos chilenos sin tener que superar más prueba que la de nacer; sin embargo, el ejercicio de la ciudadanía se encuentra vinculado a la participación y al compromiso con la cosa pública. Esta es la forma en la que se la enriquece y llena de contenido.

No todos los ciudadanos formales se preocupan por los asuntos de la «ciudad». Muy por el contrario, hoy la norma es no preocuparse; efectivamente, corren tiempos en los cuales el refugio en la vida privada es pensado como el ingreso a un ámbito de mayor libertad. Vivimos una especie de sueño burgués en donde las relaciones sociales (entre ciudadanos) se encuentran dominadas por las lógicas del capital, la propiedad privada y el intercambio mercantil. Como contrapunto, este modo de pensar las cosas es el que ha ido reduciendo el horizonte de lo público.

El compromiso para con lo público nace desde un tipo específico de sensibilidad. Hay una célebre frase de un sociólogo clásico que es un hallazgo y dice: «Soy falto de oído para lo religioso». Quiere decir que no tiene sensibilidad para la cosa religiosa; pues bien, algo análogo sucede con la cosa pública (política) o con la cosa estética (arte). Quienes sí tienen oído para la cosa pública viven en un grado de continuidad con esta y por ello, no ocuparse de esta es, en cierta medida, no ocuparse de sí. Este sector, desde que ganó las elecciones Milei, vive un bombardeo psíquico extraordinario que puede captarse intuitivamente visualizando el arco que se forma entre el DNU y la confirmación de la Corte Suprema de la condena a Cristina Kirchner.

Debe quedar claro que interesarse por lo que pasa en la política porque es un dato mediático no implica, necesariamente, interesarse por la cosa pública o tener sensibilidad política. Pero entonces, ¿qué sería tener sensibilidad política o para con lo común? Por lo menos esto: percibir con claridad el mundo que compartimos, sentir alegría cuando este mundo compartido crece y tristeza cuando, en cambio, es lacerado. Quien no entiende esto es como el sociólogo, sordo para estos asuntos… Nos interesa, más que nada, comunicarnos con la parte de la sociedad civil que sí tiene tal sensibilidad.

A pesar de cierta inclinación a la autodestrucción, el ser humano tiende, razonablemente, a huir del dolor; a su vez, en Argentina pasan tantas cosas dolorosas que parece que lo aconsejable es esconderse. Se sabe que hay quienes se sienten vigorizados por los desafíos, así como también es sabido que la desmoralización acaece. ¿Qué les queda a quienes no pueden abandonar esta sensibilidad pública sin amputarse una parte de sí?

Imagino que algún lector se está preguntando, y con razón, por qué el fallo contra Cristina Kirchner es un atentado contra lo público. Dejaremos de lado la deriva jurídica que sostiene que el fallo no se adecua a derecho, lo cual es un atentado a la cosa pública, para establecer una hipótesis política finita y revisable, pero, a nuestro entender, muy clara. Desde la dictadura de 1974 hasta 2003 (Raúl Alfonsín resistió) vivimos gobernados por una lógica neoliberal pura hasta que, entre 2003 y 2015, se le puso solo algunos límites político-estatales para lograr redistribución del ingreso e inclusión social material e identitaria. Todo siempre es mucho más complejo de lo que se puede decir en una nota, pero también es cierto que una frase puede condensar un proyecto de investigación. Lo que se está condenando es una experiencia política que hizo crecer lo común.

En otro marco histórico, Sartre defendió la idea de que la escritura, en contextos de represión y censura, adquiere un carácter político inevitable. En una línea parecida podemos habilitar múltiples refugios que no impliquen un repliegue en lo privado. Es lógico quererse retirar del dolor, pero existe también la posibilidad de juntarnos a compartir el don de la existencia en común en diversos espacios públicos. Hoy más que nunca hay que reunirse en lugares públicos para hacer cualquier cosa que no sea ganar plata y generar así mundo compartido. Hoy más que nunca hay que reforzar toda relación que no involucre interés y ganancia. Tenemos la chance ciudadana de fortalecer múltiples espacios, no como una obligación, sino como un verdadero refugio.

La película Melancolía de Lars von Trier deja una postal que vale la pena recuperar para este año y medio aciago. Entre otras cosas, el film trata sobre el fin del mundo. El cielo se tiñe de azul y púrpura. El planeta Melancolía, un orbe gigantesco, domina el horizonte. Justine, Claire y su hijo Leo, de unos seis años, se reúnen en una zona boscosa y abierta; a medida que el apocalipsis se vuelve inminente, Claire entra en pánico, mientras que, por el contrario, Justine, con expresión serena, comienza a construir una pequeña cabaña cónica con ramas secas. El sonido del planeta se vuelve un estruendo creciente. Los tres se sientan dentro de la estructura improvisada y se toman de la mano mientras la luz de Melancolía ilumina sus rostros. La cámara se enfoca en ellos. El planeta invade el encuadre, consume el cielo. Un brillo blanco inunda la pantalla, seguido de un silencio abrupto. La imagen se funde a negro. Aun en el fin del mundo se puede construir un refugio y tomar la mano del otro. Porque la patria es el otro.