Nuestro presente es inédito. Desde la consolidación de los métodos de la crítica histórica en el siglo XIX sabemos que todo fenómeno cultural se encuentra tejido por sus antecedentes. En todo lo nuevo hay algo viejo y el presente político y cultural de la Argentina no es una excepción. Desde el punto de vista de la continuidad se podría afirmar, sin faltar a la verdad, que lo que se está viviendo bajo el régimen político de la presidencia de Milei ya se vivió antes. En efecto, Argentina posee una extensa experiencia histórica de gobiernos neoliberales tanto en lo económico como en los procesos de subjetivación. Pero lo que aparece como distintivo ahora es el maridaje que encontramos en el mileismo entre políticas económicas neoliberales extremas, el combate digital cotidiano y un discurso que reivindica valores conservadores (antigay, antifeminismo, antiigualitario, pro familia tradicional, pro vida, etc.). Las experiencias neoliberales anteriores utilizaron el terror (dictaduras), el farandulismo (menemismo) o el márquetin (macrismo) como mecanismos de dominación, mientras que esta nueva experiencia accede al gobierno a través de un consenso que ha logrado diciendo la verdad, a la vez que ejerce el poder desde el marco ideológico planteado en campaña a pesar de las concesiones pragmáticas que tuvo que hacer. Se han enunciado diversos factores para dar cuenta del ascenso del gobierno actual: ocho años de corrosión de los salarios, los efectos psíquicos de las pandemias, la incapacidad de los partidos tradicionales de conectar con sus bases, un mejor manejo territorial de la condición digital y un contexto cultural global transido por diversas derechas, entre otros. Tampoco habría que desestimar el profundo descontento que tuvieron que digerir en silencio quienes, adhiriendo auténticamente a valores de derecha, no se vieron representados verdaderamente en los últimos veinte años. Podría pensarse que están viviendo una primavera aquellos que convirtieron en bestseller en el 2004 el libro La otra parte de la verdad: la respuesta a los que han ocultado y deformado la verdad histórica sobre la década del ’70 y el terrorismo de Nicolás Márquez, algunos de los cuales, de seguro, participaron en la multitudinaria marcha denominada 8N en 2012. Pero lo que viene a constituir las condiciones que posibilitan un fenómeno dice poco sobre su naturaleza y nada sobre su destino. Esto significa que mientras una pregunta legítima es ¿Por qué llegó Javier Milei al poder? Otra distinta puede ser ¿Con qué herramientas mantiene el consenso necesario para ejercerlo? Por supuesto, estas son preguntas complejas que exigen estudio y espacio, pero podríamos detenernos en dos factores claramente identificables que aparecen en la órbita de la segunda y que iluminan nuestro tiempo.
En primer lugar, es cierto que el actual gobierno posee una verdadera máquina de guerra digital. Siguiendo una tendencia mundial (el ejemplo inmediato es Donald Trump), llevó la discusión política a un nuevo ecosistema cuya lógica de redes apenas están empezando a comprender quienes tienen preocupaciones públicas y que además encierra un difícil dilema ético-político. A saber, no es lo mismo, en términos de libertad existencial y política, el verse convencido por razones y argumentos que el hallarse agitado en las pasiones más tristes. Desde el punto de vista de los resultados electorales quizá sí lo sea, sin embargo, la evidente diferencia cualitativa que existe entre uno y otro caso deja a uno de los adversarios con una ventaja ética y una desventaja instrumental. La política debe querer sujetos emancipados no sujetos enojados. Si esto no fuese así, no se explica por qué el arco político de la Argentina no se volcó por completo a la construcción de granja de troles, de cuentas falsas, a la creación de fake news, a los discursos de odio, a la construcción de chivos expiatorios y a la desinformación sistemática, etc. No habría que desechar, sin embrago, que estas técnicas crezcan cada vez más en la política profesional mundial en un futuro próximo. En segundo término, este gobierno de claro corte economicista, no sólo dispara con artillería digital de odio, ha hecho suya la agenda de la Nueva Derecha mundial que, sin ser un movimiento homogéneo, viene dando la batalla cultural desde los años sesenta. En efecto, la tarea explícita que como intelectual lleva a cabo Alain de Benoist, fundador destacado de la Nouvelle Droite, es la de rearmar intelectualmente la derecha en Francia para hacerle frente a la hegemonía que la izquierda tiene en la cultura. En su texto La nueva derecha, una respuesta clara, profunda e inteligente, publicado por primera vez 1979 sostiene que ya desde mediados de los sesenta conforma, junto a otros intelectuales, un conjunto informal de grupos de estudios cuya vocación es la de convertir en doctrina una nueva perspectiva de derecha, con una nueva sensibilidad, alejada de las viejas crispaciones tradicionales como lo son el totalitarismo, el colonialismo, el nacionalismo, el racismo y el orden moral. Estaban convencidos de que los problemas clave eran, ante todo, culturales, y que el choque de las ideologías era más decisivo que el de los partidos. En efecto, tanto la nueva derecha como la nueva izquierda prestaron especial atención, desde los sesenta, a la cuestión cultural bajo la premisa de que la construcción de una hegemonía podría conformar un sujeto político activo y eventualmente revolucionario no relacionado necesariamente a su condición de clase. En esto quizá siguieron la lección que brinda La Enciclopedia de Denis Diderot y Jean le Rond d’Alembert (1751- 1772) que ejerció una enorme influencia sobre la Revolución Francesa y sobre las élites ilustradas que se pusieron al frente de las Revoluciones latinoamericanas del siglo XIX. Con antecedentes como estos quizá no debería causar sorpresa que Agustin Laje, escritor de derecha y consultor del presidente Milei, sostenga en su trabajo de 2022, La Batalla Cultural: Reflexiones Críticas Para una Nueva Derecha, que tal batalla es la batalla política en tanto que tal. Asevera, también, que su trabajo debe entenderse como una práctica política que sirva a las derechas en general y cierra su libro proponiendo una articulación entre distintas corrientes de derechas que, más allá de sus diferencias, pongan en el centro un nuevo “nosotros” político, con sus objetivos y medios estratégicos. Usando la jerga de Ernesto Laclau, propone la consolidación de una cadena de equivalencias en donde los eslabones diferenciales queden unidos por un significante que los contenga en lo que tienen de común, este significante es “Nueva Derecha”. Llama la atención de cualquier lector atento que Laje, por falta de rigor o deseo de originalidad, no repase en un libro de quinientas páginas ni brevemente el esfuerzo análogo que de Benoist viene haciendo desde 1966. Como sea, su libro fue de los más vendidos en diversas ferias del libro de latinoamérica, incluida la de Buenos Aires, con lo cual, no es una opción no tomarlo en serio. Y si se quiere tener un ejemplo palpable de la “convergencia en las diferencias” de la derecha, se puede ver la entrevista que Javier Olivera Ravasi, sacerdote lefevrista, hijo de un represor condenado y allegado a la vicepresidenta Victoria Villarruel le hace a Agustín Laje para su canal de Youtube QNTLC 1. A la luz de esta constelación uno recuerda con extrañeza la instalación mediática en los tiempos macristas que sostenía que la distinción izquierda y derecha había quedado obsoleta. Sucede hoy todo lo contario, tenemos al frente un sujeto orgulloso de ser de derecha, que no necesita la máscara de la corrección política o la mentira para llevar adelante su plan de transformar la economía y la cultura. El complemento de la barbarie libertaria que pone en cuestión la forma elipsoide de la tierra y la realidad del COVID 19 se encuentra en un cuestionamiento más sofisticado, que conoce las técnicas de la academia y que pone en cuestión asuntos públicos discutibles y discutidos: matrimonio igualitario, interrupción del embarazo, derechos laborares, la existencia misma del patriarcado, etc. Hay que subirse a la arena de este combate con entusiasmo, este embate puede ser la oportunidad de reajustar nuestras ideas y nuestras prácticas, de reforzar nuestra vocación democrática, igualitaria, participativa, inclusiva y de ampliación de derechos. No solo como política sino como ética de sí, como disposición. Hay algo sorbido en estos planteos de derecha a los cuales debemos seguir oponiéndoles nuestra alegría y desde ella aliarnos con nuevos actores, aquellos que crean que la democracia es una experiencia radical que se apoya en un tipo humano que puede discutir todos los valores y transformar históricamente todas las instituciones.
Con la vocación de igualdad e inclusión material e identitaria se construye un terreno social de extensas dimensiones en donde los colectivos y las singularidades pueden ejercer sus libertades. Nosotros representamos la libertad.