Docentes: ni héroes, ni villanos.

maximiliano herrera
Maximiliano Herrera
Periodista

Un informe de la organización de “Argentinos por la educación” que extrae datos del INDEC, reveló, en comparación con otros 18 puestos de trabajo, que el salario docente se ubica en el puesto número 15, a 3 lugares del puesto más bajo, con un sueldo promedio de $49.000. Sin embargo, en cuestión de ganancia por carga horaria se encuentra en el lugar número 2 entre los más altos. ¿A qué se debe esta contradicción?

Analizar y opinar sobre el sistema educativo es similar a abrir una caja de pandoras, es un universo complejo, un circuito lleno de cables enredados que no sabemos muy bien cómo funciona. Sin embargo, estos datos evidencian algo: que las condiciones laborales de los docentes se encuentran deterioradas y aún no logran un salario competitivo.

«En Argentina el sueldo docente siempre estuvo corriendo por detrás de la inflación»

Se suele decir todavía que la docencia es una vocación y como tal debe hacerse desde el corazón y la pasión por la enseñanza, sin importar las adversidades que pudieran presentarse. Las adversidades, claro está, oscilan entre la falta de tiza en un aula y los grandes recortes de presupuesto en el área de educación.

En Argentina el sueldo docente siempre estuvo corriendo por detrás de la inflación, lo cual significa ciertamente que los docentes nunca tuvieron un aumento de su salario real.

Al analizar los datos del INDEC que surgen de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) para la categoría “ingresos laborales individuales”, se observa que los trabajadores con formación terciaria o superior dedicados a actividades de enseñanza reportan un ingreso promedio de $49.488 (expresado en pesos equivalentes al primer trimestre de 2021). Este ingreso promedio ubica a quienes se desempeñan en tareas de enseñanza en el puesto número 15 de un total de 18 actividades relevadas por la EPH, únicamente por encima de actividades administrativas y servicios de apoyo, otras actividades de servicios y actividades de los hogares.

Ingresos laborales individuales- INDEC
Ingresos por hora – INDEC

Muchas veces escuchamos decir que los docentes “ya no tienen vocación” y vemos como recae sobre ellos el cuerpo social que busca un ideal de docente, aquel que, inspirado en su vocación, debe soportar los embistes económicos y aceptar sin pestañar las condiciones laborales y salariales que se les presenta, ese es el docente que gusta. El docente que lucha por un salario digno no gusta y está mal visto, porque rompe con ese docente ideal Sarmintiano. Es una señal de que la educación pública genera dudas, y esto provoca entre otras cosas, el crecimiento de la educación privada, alimentando la segmentación social.

Aquellos que tiene como ejemplo a Sarmiento quieren que sus hijos accedan a una educación de calidad, “como era antes”.

El problema está cuando corremos la cortina y vemos la realidad del sistema educativo, esa realidad que devora los sueños de cambiar el mundo de aquellos docentes que recién empiezan. No lo digo yo, lo dicen ellos.

El salario docente está determinado por la Ley de financiamiento Educativo, pero no es lo único que define cuánto cobra un docente, existen otros indicadores que varían según la jurisdicción, como la antigüedad, las bonificaciones remunerativas y no remunerativas y otros ítems como el Incentivo. A pesar de esto y comparando con otros trabajos, nada les asegura a aquellos docentes que entran a trabajar en cualquier nivel educativo, que lograrán un salario estable ni mucho menos, ya que la fragmentación por horas del trabajo docente los transforma en trabajadores nómades que deben ir de escuela en escuela armándose el sueldo y además dar clases particulares. Tanto esfuerzo deja sabor a poco y no hay vocación que justifique eso.

«La falta de competitividad del salario docente desnuda otros problemas más profundos, problemas estructurales, que tienen que ver con la noción de la educación en general»

La falta de competitividad del salario docente desnuda otros problemas más profundos, problemas estructurales, que tienen que ver con la noción de la educación en general.  ¿Quién no desea que exista una mayor inversión en la educación para lograr mejorías? Quizás todos coincidamos en esta perspectiva, pero lo que realmente sucede es que el peso de un país se apoya sobre el sistema educativo, al cual no se lo cuida, está viejo, cruje.

El sistema educativo no puede ser el antídoto de todo lo demás. Es por eso que, a pesar de los deseos por estabilizar a la educación, hay contradicciones entre lo que se dice y se hace, lo que se propone y lo que se logra. Los docentes no son los héroes de la nación ni deberían serlo, su rol es otro, educar, inspirar, poner a disposición los saberes, pero, de todos modos, así se los caracteriza, como héroes y sin embargo se los maltrata. Maltratamos a nuestros héroes.

Enseñar a pesar de todo

El sistema educativo es tan complejo que resulta muy difícil entenderlo, sin embargo, tiene algunas características que nos permiten entender su funcionamiento. Una es que en sus inicios la educación en Argentina actuó desde un rol político y no productivo, es decir, que mientras el mundo requería más mano de obra especializada y por ello una educación destinada a tal fin, en nuestro país los contenidos de la educación estuvieron más relacionados con los ideales del positivismo europeo y no tanto con la especialización técnica que requería el mundo en ese entonces. Por otro lado, el sistema educativo tuvo además un rol homogeneizador, ya que la población argentina estaba conformada por un gran número de inmigrantes y fue necesario consolidar un Estado Nación bajo símbolos de unión, y desde ese entonces la educación funcionó como una herramienta de la clase política.

«Hay que derribar el mito de la vocación para poder entender cuestiones más profundas que hacen la vida docente en Argentina.»

Pero qué tiene que ver esto con el salario docente, bueno, mucho, de hecho, fueron cuestiones que determinaron una lógica que resultó muy difícil modificar a lo largo de la historia. A pesar de esto, la educación empezó a tener un rol inclusivo después de la reforma neoliberal de los 90.

Hay que derribar el mito de la vocación para poder entender cuestiones más profundas que hacen la vida docente en Argentina. Son muchos los docentes que intentan cambiar el mundo y hacerlo un poco más justo, pero son absorbidos por las condiciones del sistema que los cobija.

En la pandemia sucedió que la educación se miró al espejo y vio un reflejo que no gustó. La situación dejó en evidencias las falencias del sistema educativo, la falta de estructura y de herramientas provocó que 1 millón de chicos dejaran la escuela, 1 millón ¿Qué debería hacer aquel docente que tampoco pudo comprarse una computadora para dar clases? Bueno pues está ahí a pesar de todo. No puede hacer mucho más que sólo aceptar los escupitajos de una sociedad que los considera simplemente como “vagos”, “incompetentes”, “acomodados” y algún que otro termino que se me escapa. Que, por supuesto que los hay, pero no muchos hablan de quienes realmente manejan los hilos, de lo que no se ve, del sistema.

El sistema educativo es como un campo devastado donde se puede percibir que han pasado varias batallas. Un campo en donde resulta complejo llevar adelante acciones que determinan el provenir de una nación. Un campo cargado de discursos y opiniones diferentes, pero donde todos parecemos coincidir en la premisa de que “la solución es invertir en la educación”, como si la educación y los docentes deberían ser los superhéroes de los errores políticos. Los docentes están ahí, al frente del aula sosteniendo la educación como Atlas, cuando pareciera ser que no existe plan alguno para encausarla.

El docente es un trabajador, muchos desarrollan la profesión mediante capacitaciones y otros muchos simplemente ingresan a la docencia por una cierta probabilidad de un trabajo asegurado, algunos aún la consideran una vocación y otros prefieren no utilizar ese término, lo cierto es que sobre ellos recae la presión y las miradas, y son quienes siempre tienen que pagar los platos rotos sin voz ni voto más que aquel que es representado por los gremios, en quienes, por cierto dicen, que ya no confían demasiado.