Cada 7 de junio, la libertad de expresión es la enjundia protocolar de los festejos por el Día del Periodista. Idealistas, acudimos a ella como a un paraguas que nos protege de la opresión que el poder político y económico intentan ejercer para evitar que el periodismo lo controle y eche luz sobre sus artilugios. Es que, claro, así nació este oficio, para contar lo que los poderes quieren ocultar.
“Y es aquí donde se genera una falacia discursiva que suele ampararse en la bendita “libertad de expresión”, donde falsificar información no es delito y donde generar reacciones y actitudes sociales desde una mentira contada como verdad, no se condena”
El decálogo de Tomás Eloy Martínez hace hincapié en el “buen nombre” que todo periodista debe cuidar al firmar su nota. Sin embargo, eso ha quedado casi obsoleto. Hoy se publican textos sin ningún pudor, no ya impregnados por la subjetividad ideológica y legítima que toda persona periodista tiene derecho a ostentar, sino más bien, y al decir del fallecido ex editor de Clarín, Julio Blanck, enmarcados en un periodismo de guerra donde se traspasan todos los límites y los datos objetivos son adulterados como estrategia de alguna “operación mediática” que responde, paradójicamente a ése poder político y económico.
“Debemos despojarnos de todo formalismo pacato y ceremonial, para poner sobre la mesa los verdaderos debates y falencias que hacen que nuestro propio oficio sea uno de los más cuestionados por la sociedad”
Y es aquí donde se genera una falacia discursiva que suele ampararse en la bendita “libertad de expresión”, donde falsificar información no es delito y donde generar reacciones y actitudes sociales desde una mentira contada como verdad, no se condena, ni siquiera socialmente, pues ya no importa ningún buen nombre ni ningún patrimonio profesional. Y es este el debate que debemos dar. Y es en este día. Debemos despojarnos de todo formalismo pacato y ceremonial, para poner sobre la mesa los verdaderos debates y falencias que hacen que nuestro propio oficio sea uno de los más cuestionados por la sociedad y de los que más afectan a la democracia, un oficio que nació para terminar, a fuerza de certezas, con el rumor y que hoy, más que nunca, se somete a él para responder a los poderes que deberían ser cuestionados.
En ese decálogo, Martínez también plantea que “no hay que dar ni una sola información de la que no se tenga plena certeza” y “hay que evitar el riesgo de servir como vehículo de los intereses de grupos públicos o privados”. Hoy las fake news no son sólo un fenómeno viral en la selva digital del anonimato, sino también, y peor aún, una herramienta de los medios tradicionales que dejan impresas en un papel, impúdicas mentiras.
“Si hay algún factor de rigor científico en el periodismo, es el dato”
Por eso, cuando se habla de limitar los mensajes de odio y la falsía en los medios, algo que plantea el gobernador Ricardo Quintela, con una mirada federal, cuestionando el tratamiento de la realidad que los poderosos medios porteños inoculan desde el centralismo al resto del país y que le ha traído más de una respuesta orgánica por parte de aquellas asociaciones que custodian la libertad de prensa pero que nunca ejercen ningún tipo de autocrítica cuando ésa libertad se convierte en mala praxis, debe aclararse con esmero que esto no supone un control de las opiniones, editoriales o notas de análisis, siempre y cuando éstas sean el resultado de datos reales y comprobables. Si hay algún factor de rigor científico en el periodismo, es el dato.
“Tampoco es bueno que el altruismo que fundó el periodismo sea la vestidura que los poderes usan a su antojo para sus peores artimañas”
Entonces, para proteger lo genuino del concepto de la libertad de expresión, debemos dar este debate, porque sancionar la difusión de un dato inexistente o adulterado, no es atacar la libertad de expresión, sino lo contrario, es cuidarla en nombre del periodismo veraz y honesto. No es sano que los poderes que arbitran la aplicación de la democracia, no sean cuestionables. Tampoco es bueno que el altruismo que fundó el periodismo sea la vestidura que los poderes usan a su antojo para sus peores artimañas. El decálogo del periodista tucumano cierra diciendo: “Recordar siempre que el periodismo es un acto de servicio, es ponerse en el lugar del otro”. Si celebramos hoy nuestro día y no debatimos lo que a todas luces tenemos frente a nuestros ojos, si creemos que somos intocables e incuestionables, es que nos estamos pareciendo más al poder y menos a nuestros pueblos.