A propósito de los discursos cargados de odio, hace un tiempo vengo escuchando que, en realidad, al odio lo comenzó el kirchnerismo con sus posiciones que dividieron a la sociedad. Aunque no comparta el argumento, sí entiendo porqué se conciben así las cosas. Se trata, en última instancia, de las pasiones operando en la política. Es decir, que el elemento en común que vendrían a tener el discurso militante entusiasta y los discursos que promueven y legitiman la discriminación y la violencia es el ardor emocional.
Max Weber dio un golpe maestro al afirmar que, desde su perspectiva, la dominación carismática de un Jesús y de un Hitler podían identificarse. Le interesaba el fenómeno externo de la dominación, con independencia de su valor. Sin embargo, esto no quiere decir que no se pueda establecer una evaluación de la naturaleza del influjo de uno u otro líder carismático o, volviendo a nuestro caso, que no se pueda hacer una distinción entre un tipo de discurso y otro.
Es verdad que una de las características del kirchnerismo es la de haber inundado el ámbito público de debates apasionados sobre nuestra historia, que también expuso las tensiones del presente y, asimismo, postuló un horizonte definido. Frente a semejante explicitación en lo que refiere a la vida en común, buena parte de los argentinos quedaron encantados y otra, en claro desacuerdo. La diferencia es, en última instancia, real. El debate se trataba, y se sigue tratando, sobre modelos de país que hacen pie en cuestiones profundas, filosóficas, que implican conceptos como el de individuo y comunidad o el de libertad y justicia, por ejemplo.
Chesterton afirma que lo más importante, lo definitivo de un ser humano es su filosofía. Aunque esto pueda parecer una versión excesivamente libresca de las cosas, el punto está en que, más allá de la consciencia o la originalidad que pueda tener nuestro modo de ver el mundo, estamos profundamente ceñidos a él. O para decirlo de otro modo, nuestras representaciones del mundo, más o menos articuladas o conscientes, poseen, entre otras, dos características evidentes: se identifican con nuestro ser y poseen carga emocional. De ahí el compromiso que tenemos con ellas. Tal compromiso establece una diferencia. Para ponerlo en un ejemplo: yo creo en la libertad republicana, creo que lo más importante es la libertad de todos y que para que ello suceda debe haber justicia social construida desde la política. No solo entiendo que mi postura es racional, sino que tengo un compromiso con ella; en sentido estricto la quiero, me identifico con ella, ella me da identidad. Si me encuentro con una persona que entiende que la sociedad se parece a una lucha por la supervivencia, en donde los más aptos son los que sobreviven (hoy se diría: los que poseen mérito) y que tal situación es positiva porque, por un lado, premia a los capaces y, por otro, los pone en un lugar de predominancia, lo cual es deseable para que la sociedad mejore.
Digo, lo que me va a suceder con tal persona es una diferencia irreconciliable. El kirchnerismo construyó las condiciones de un debate en donde tales diferencias quedaron explícitas. Inevitablemente el otro quedó al frente y por ello muchas personas hoy piensan que allí comenzó el odio.
Pero el caso es que, si bien el discurso militante, como el cargado de odio de estos últimos tiempos, contiene una dosis de pasión importante, lo cierto es que hay pasiones y pasiones y que más allá de poder identificar un grueso rasgo común, se debe poder dar cuenta de la diferencia.
El discurso cargado odio que hoy circula parece no tener precedentes y el modo en el que prolifera muy probablemente tiene que ver con un nuevo medio social que lo conduce: las redes sociales. La pasión que promueve todo el aspecto de una descarga, es como un llanto o un vómito. La forma rabiosa que reviste se aborda mejor desde un punto de vista psicológico que ideológico. Esto quiere decir que tales arranques pueden ser comprendidos, con mayor precisión, como síntomas que como expresiones de la lógica de una idea. Síntoma de desesperanza y frustración que encuentra su objeto de condensación en un grupo que sirve de chivo expiatorio: la clase política.
Una afirmación del tipo “Habría que reventar a toda la clase política” es una clásica discriminación por pertenencia a un grupo. En la circulación de los discursos de odio mucho se trata de movilizar las peores pasiones, pasiones en las que todas y todos caemos con mucha facilidad. Pero esto no quiere decir que tales discursos sólo circulan en una red horizontal de transmisión. Esta red existe y, en gran medida, el odio es mimético y trans-subjetivo, nos captura más allá de nosotros mismos, pero también existen centros de elaboración y propagación.
Detrás de algunos de los referentes más notorios de estos discursos se encuentra la fundación Atlas Network, con sede en Washington, con 461 socios a nivel internacional distribuidos en 97 países y que recibe financiamiento del Departamento de Estado de Estados Unidos y de grandes empresas multinacionales.[1] El objetivo de esta red es, en mi opinión, la siguiente: multiplicar el odio contra la clase política en general para que a la hora de encarnar las funciones del Estado se encuentre lo suficientemente desprestigiada como para no tener vigor para gobernar, más que nada sobre regulaciones que afectan la libertad de acción de los intereses financieros.
Hay pasiones y pasiones, una cosa es encender la militancia para tener poder en las bases a la hora de tomar decisiones que tienen fuente en algún horizonte y otra es cebar lo peor de la ciudadanía de modo que odie lo único que, en alguna medida, puede defenderla. Además, desde un punto de vista subjetivo, la pasión por una idea política suele ser alegre, mientras que la vinculada al aborrecimiento de todos los políticos es triste. Y como decía el viejo Espinoza, las pasiones alegres nos llevan a lo mejor y las tristes en la dirección contraria.
[1] https://izquierdaweb.com/quien-financia-a-los-libertarios/