Eternos combatientes de una causa: Malvinas

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Mariano Hugaz
Periodista

A 41 años del desembarco argentino en Malvinas, evocamos una lucha que se mantiene eterna. El veterano Luis María Calderón le comenta a EL PÉNDULO su lucha durante y después de la guerra; entre curar heridos en el conflicto bélico y seguir curando heridas que aún no cierran.

Acto por el Día del Veterano y Caídos en la Guerra de Malvinas, Colegio Provincial N°2 «Héroes de Malvinas», viernes 31 de marzo 2023

 

El 3 de junio de 1982, la guerra de Malvinas promediaba sus últimos días, aunque por entonces no había precisiones de lo que podría extenderse; tampoco del desenlace adverso. El sentir triunfalista que emanaba el discurso del gobierno militar y que amplificaban los medios de comunicación iba desfasado de lo que sucedía en el Atlántico Sur.

Esa jornada, Luis María Calderón embarcaba rumbo a las Islas en el ARA Almirante Irizar, recientemente ensamblado y utilizado, por entonces, como buque-hospital. Con 20 años de edad, estaba cumpliendo el servicio militar obligatorio, donde había recibido instrucción en primeros auxilios. En esos días, prestaba tareas en el Hospital Naval de La Plata.

El buque hospital ARA «Almirante Irizar» arribando a Puerto Argentino- Junio de 1982

Entre el 6 y 7 de junio, el contingente llegaba a la zona de conflicto, puntualmente a Bahía San Guillermo, en el acceso a Puerto Argentino. El calado del rompehielos no permitía el acercamiento a tierra, por lo que ancló a aproximadamente 500 metros de la isla Soledad.

Testigo de las secuelas de la batalla

Una vez en el archipiélago, en el buque se trabajaba recibiendo combatientes afectados en el campo de batalla. “Nos ocupábamos de llevar camillas, bajar heridos, entrábamos al hangar y ahí se clasificaba: graves, más graves, leves…”, comenta Calderón. “Veíamos mucho los famosos ‘pie de trinchera’, (que eran) pies deformados por congelamiento”; condición que derivaba, por lo general, en “gangrena, algunos había que amputarlos, otros (debían someterse a) tratamientos largos”, agrega.

Puntualmente, el joven enfermero riojano tenía conocimiento en curaciones con yeso. “Yo trabajaba en la parte traumatología en el Hospital de La Plata; sabía hacer todo eso, o férulas. Me movía con baldes, vendas, yeso… tipo lustrador. Y a veces hacíamos de psicólogos…”, comenta.

Publicaciones de aquellos días

Del “Seguimos ganando” a “la nada total”

Luis María Calderón comenta cómo se vivía la contienda, por esos días, según lo reflejaban los medios de comunicación. “En ese momento, lo que es la información general, se sabía que íbamos ganando. Dentro del buque no teníamos información de nada, ni sabíamos cuándo iba a terminar (la guerra)… La poca información que teníamos en ese momento era triunfalista”, narra.

“La noche del combate final, el 14 (de junio) a la madrugada, un colimba, con otra gente, sube al barco nuestro; entonces, nos dijo que estábamos bien, que estábamos bien pertrechados. En ese sector (desde la cubierta del Irizar) se veían los fogonazos, las luces, las bengalas… En determinada hora de la noche, se había calmado…. (…) Al otro día, a la madrugada, no había más disparos, pero seguían sonando bombas”, continúa.

Acto seguido, “veíamos a lo lejos que alguien corría y atrás (onomatopeya de explosiones), eran soldados nuestros que no se querían rendir y los estaban persiguiendo. Después, la nada total…”, rememora.

“Después -prosigue-, nos comunican al mediodía, más o menos, que nos habíamos rendido. Una desilusión tan grande…”.

Heridas sin cicatrizar

A pesar de haber concluido el tormento de la guerra, los días (y años) posteriores no serían reparatorios. La indiferencia, la invisibilización, hasta el desprecio, hacia las y los veteranos y combatientes de Malvinas sería una constante.

La condición de conscripto de Calderón continuaría algunas semanas más. “Un día después (de la capitulación), zarpamos llevando heridos a Comodoro Rivadavia y el 20 de junio, día de la Bandera (argentina), volvemos a entrar (al archipiélago de Malvinas)” a recuperar más soldados, explica.

Posteriormente, retornaron al continente, donde la tripulación del Irizar permaneció por algunos días más. “Luego, fuimos a Ushuaia y a Puerto Madryn; (más tarde), volvemos a Puerto Belgrano, donde nos hicieron descargar el buque”, quedando las provisiones esparcidas por el lugar, detalla.

El 30 de junio, la tarea de la dotación del navío finalizaría. “Mientras veníamos en el buque, de regreso, veníamos recagados de hambre. Nosotros recogemos eso que estaba tirado (comida), lo metimos en la bolsa marinera y casi a punta de pistola nos hacen dejar… los mismos milicos de Puerto Belgrano nos hacen dejar todo en el piso, nos fuimos así…”, se apena.

En tono de súplica, “fuimos a un supermercado, juntamos los pocos mangos que teníamos -éramos 6 o 7- y le decimos a la mujer encargada que habíamos bajado recién de Malvinas; y la chica nos decía ‘no puedo, no está el dueño’. Fuimos a una fiambrería y le dijimos ‘danos lo que alcance…’ Una señora colaboró con un poco de pan… En la estación de Punta Alta teníamos que tomar el tren a Constitución, de regreso a Buenos Aires. ¿Con qué tragamos el ‘sánguche’? con un pico de agua que había ahí”, relata.

A esto le siguieron décadas de ‘desmalvinización’. El ninguneo y las fatalidades (a los 649 argentinos fallecidos en combate, se sumaron entre 350 y 500 suicidios de ex combatientes) serían el común denominador.

Actualmente, se logró mayor reconocimiento a quienes defendieron la soberanía argentina entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982, y a quienes mantienen la lucha (sin armas) por la recuperación de las Malvinas.

Acto por el Día del Veterano y Caídos en la Guerra de Malvinas, Colegio Provincial N°2 «Héroes de Malvinas», viernes 31 de marzo 2023

 

“Quizá sigamos combatiendo pacíficamente, diciendo que somos veteranos de guerra, que estuvimos en Malvinas. Por ese lado, podemos decir que seguimos siendo combatientes”, concluye el héroe de guerra Luis María Calderón.

 

Ph: Facundo Montivero

Gracias a “Guillermina Café” (Benjamín de la Vega 138)