El Saladillo: Un atisbo de la esclavitud en La Rioja

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Gustavo Molina
Periodista

En estos últimos años, luego de la pandemia, un rincón riojano conocido como El Saladillo fue puesto en valor con el fin de rescatar los aspectos históricos y culturales que posee. Allí, se diagramó un circuito para hacer conocer parte de la historia de los habitantes llegados del África a estas tierras; que fueron traídos para realizar trabajos de extrema dureza, ante la carencia de la mano de obra local.

Sobre estos temas, El Péndulo consultó a dos expertos; el arquitecto Juan Carlos Giuliano, quien fue responsable de las investigaciones junto a un grupo de arqueólogos de revitalizar el paseo; y el historiador Víctor Robledo, autor del libro ‘La Rioja Negra’, que da cuenta de los distintos hechos que desembocaron en la llegada de esclavos de origen africano. Este libro será presentado en el Cabildo de Córdoba, el próximo 26 de septiembre.

“El Saladillo es un lugar que ya era conocido por la población de La Rioja. Había gente que en el verano asistía y usaba como balneario el estanque que allí se encuentra. Inclusive, en el Manual Estrada de 4to grado se hace referencia a ‘un fuerte español ubicado en el Velasco’”, nos ilustra el arquitecto Giuliano.

La estancia llevaba el nombre de La Saladilla por el agua que alimenta todo el predio. “Una serie de vertientes que surgen de una beta de agua mesotermal (técnicamente, fluye a 20 grados de temperatura), con la cual se llena un estanque llamado El Tajamar, y que provee de riegos a toda la estancia”, dice.

Giuliano conoció el lugar a principios de los años ’90. “Estábamos haciendo un libro de arquitectura con Ramón ‘Negro’ Ávila, el fotógrafo.  Con él fuimos juntos a conocer el lugar para documentar. Nos dimos con que no se trataba de un fuerte español, sino que era una estancia jesuítica”.

Como no había mucha información sobre aquel sitio, Giuliano emprendió la tarea de dialogar con arqueólogos e historiadores, y es allí donde aparecen investigadores de la UNLaR y el CRILAR (Conicet) de Anillaco, interesándose en el proyecto. “Fue así que un grupo de científicos comienza a hacer los estudios correspondientes. Yo tuve la suerte de trabajar junto a ellos, lo cual me empujó a estudiar arqueología”.

El proceso de investigación duró, aproximadamente, 20 años e “iniciada la gestión del gobernador (Ricardo) Quintela, le propusimos rescatar las ruinas del lugar porque considerábamos que tenían muchísimo valor histórico. Había restos naturales desde la primera ocupación humana, desde hace 2000 años hasta, prácticamente, la actualidad. Los últimos restos encontrados coinciden con fines de los años ’70”.

El proyecto de recuperación fue iniciado a través de la Secretaría General de la Gobernación en el contexto de la pandemia covid-19, “y después –continúa Giuliano- toma la posta el Ministerio de Turismo y Culturas. Me tocó ser elegido como el responsable de las mejoras, un trabajo que comenzó hace 4 años”.

Durante mucho tiempo, el sitio de El Saladillo tuvo sus instalaciones con peligro de derrumbe. Hubo familias que temporalmente se instalaron a vivir allí. Las ruinas también fueron usadas como reservas para pastoreo y cuidado de animales.

El arribo de la población afro

En este punto Juan Carlos Giuliano aclara que “los primeros hombres y mujeres que llegaron eran provenientes del África fueron traídos por la fuerza  a trabajar en América, esclavizados, muy maltratados, y se los traía con el objetivo de que hicieran los trabajos más pesados que habían”.

En este punto el historiador Víctor Robledo sostiene que “los afro descendientes comienzan a llegar a La Rioja como consecuencia de la caída del índice de mano de obra indígena, y también porque se adaptaban mejor a los trabajos más duros. La función primaria era la doméstica, y se transformaron en piezas fundamentales de las casas principales”.

“Respecto del descubrimiento de América, los conquistadores fueron bastante crueles con la mano de obra indígena, lo cual hizo que se diezmara drásticamente la población americana. Los españoles con títulos de nobleza necesitaban quienes hicieran el trabajo minero y de plantaciones, y por ello sometieron a la población indígena a un servilismo muy cruel”.

Durante la era de la modernidad y el mercantilismo, el ser humano había pasado a formar parte de las mercancías. “Hay que recordar que la expedición fundadora de La Rioja trae africanos esclavizados, ya que por entonces, los conquistadores consideraban que la gente de raza negra eran más dóciles que nuestros indios; y por el tipo de trabajo que se les exigía, tenían condiciones físicas más acordes, eran corpulentos y fuertes, y sobretodo más resistentes a las enfermedades que contagiaban los propios conquistadores”.

Asimismo, el profesor Robledo remarca que “los esclavos eran muy caros, a tal punto que un esclavo sano y fuerte de entre 15 y 35 años, inclusive con oficio, valía lo mismo que un casco de estancia. La esclavitud era destinada a distintas actividades; la minería, la agricultura, etc. Para las familias de nobleza, era un símbolo de estatus ostentar un gran número de esclavos. Las órdenes religiosas también tenían personas esclavizadas, ya que también poseían fincas y tierras que cultivar; los jesuitas, particularmente.

“Los jesuitas consideraban a los esclavizados parte de su capital, y respecto a ellos, tenían una actitud muy benévola. Ellos son los que luego establecen la Doctrina Social de la Iglesia, y con una concepción capitalista, pero a la vez humanista, les fue mucho mejor que al resto de los esclavistas”. Las estancias jesuíticas fueron creadas, no solamente con fines evangelizadores, sino también con fines de producción. En La Rioja se cuentan cinco estancias, La Saladilla, Estancia de Huaco, de Cuchaco, de Nonogasta y otra ubicada en lo que hoy es Serrezuela, en la provincia de Córdoba”, relata Giuliano.

Como era muy necesaria la mano de obra, los jesuitas promovían la formación de parejas, ya que tenían la concepción de que los esclavos debían vivir en familia; y así asegurarse mano de obra para distintos oficios, entre ellos, la agricultura, la caza, la carpintería, la fabricación de cal, de tejas, e incluso había ejecutantes de música. Los jesuitas tenían como principio, la idea de que cada esclavo debía desarrollar un oficio y ser el mejor en ello, porque alguien así podía ser vendido o alquilado, según la demanda de quien los necesitara.

Víctor Robledo indica que “el valor de un esclavo también residía en si sabían hablar el español. A las comunidades afro esclavizadas no se les permitía aprender a leer y escribir”. Desarrollaron oficios, principalmente de servidumbre: mantener la limpieza de los lugares y cuidado de animales, aunque también desarrollaron otras ocupaciones como zapateros, carpinteros, herreros, los cuales incrementaba su valor a la hora de tener que venderlos.

La distribución geográfica

Las órdenes religiosas figuran entre los que más esclavos tuvieron, se puede mencionar a los mercedarios, ubicados hacia el sur; los dominicos, al este; los franciscanos, al norte y hacia el oeste, los jesuitas, que estaban situados en lo que hoy sería la plaza principal de La Rioja, cerca de la Iglesia ‘San Francisco’ tenían su ranchería, donde se encontraban los aposentos las personas esclavizadas.

Las órdenes religiosas se situaban en los sectores donde había aguadas como Las Higuerillas o El Cantadero, en los que principalmente estaban asentados los jesuitas; dedicados a la agricultura y a la ganadería.

Robledo sostiene que “descendientes de afro quedaron muchos por estas tierras, lo que pasó fue que los roles que aquí tuvieron no fueron similares a los que les dieron en Brasil, Colombia o Venezuela. Aquí fueron colocados en guetos y sin posibilidad de relacionarse con otros grupos étnicos”.

No obstante, el hecho de ser empleados domésticos favoreció el contacto con los pueblos originarios; lo cual provocó el mestizaje. “En la actualidad somos el resultado de ese mestizaje, con ese triple origen indígena, español y afro”, enfatiza el historiador.

Respecto de la desaparición de la gente de raza negra existen muchos mitos, “dicen que los mató la fiebre amarilla, o se exponen teorías de que fueron aniquilados al ser enviados a las guerra civiles o de la independencia, esto último es cierto, pero no es razón suficiente para aseverar que toda la gente de raza negra murió en la guerra. Cuando fueron liberados muchos fueron a parar a los Llanos de La Rioja, donde había distintos lugares que no estaban poblados, asentándose en lugares marginales, y dedicándose a cualquier actividad”.

La nueva era

“Luego de la expulsión de los jesuitas, hereda la estancia una familia de apellido Bustos, y posteriormente a fines del siglo XIX la herencia queda en manos de Natal Luna Bustos, quien era el suegro de Joaquín V. González que estaba casado con su hija mayor, Amalia”, asevera Giuliano.

Cuando son expulsados los jesuitas, entre los años 1766 y 1767 quedan en la zona alrededor de 270 esclavos dentro de una población de más de 3 mil habitantes que había en ese momento, en La Rioja.

En este contexto, donde imperaba el patriarcado en su máxima expresión, se concebía la idea que un nombre femenino para una estancia “no era correcto, por lo que se toma la decisión de masculinizar el nombre, entonces pasa a llamarse El Saladillo”.

Asimismo, el arquitecto y arqueólogo puntualiza que “usamos el nombre de La Saladilla para referirnos a la estancia jesuítica, propia de la época colonial; y El Saladillo, como topónimo del lugar porque así lo conocimos, con ese nombre que se le impuso. Pues, de hecho, durante nuestras investigaciones nos costaba encontrar datos hasta que dimos con la profesora María Elena ‘Nena’ Luna Olmos, quien nos instruyó acerca del nombre del paraje, que en forma indistinta puede denominarse El Saladillo o Quebrada del Saladillo”.

Las esculturas del paseo

El Paseo de El Saladillo cuenta con un circuito con representaciones realizadas en base a resina y fibra de vidrio. Estas figuras de asombroso realismo sirven como documento histórico de quienes allí habitaron. Basándose en bosquejos que fueron enviados a Buenos Aires, precisamente al taller del maestro Fernando Pugliese; un grupo de escultores fue el encargado de darles la forma, respetando cada detalle de la época: forma, color, vestimenta y calzado.

Respecto de este punto, Giuliano indica que “para cuando comenzamos los trabajos de rescate, el maestro Pugliese ya había fallecido”, no obstante, el grupo de artistas del taller que él comandaba fue el elegido para dar forma a las figuras, tanto las indígenas como las de origen africano. “Verdaderos expertos que realizaron un trabajo increíble, dando forma a cada escultura”, concluye.

Aportes fotográficos: María Celia Casulli / Facundo Herrera