“Esta señora dijo que yo tenía HIV”, acusaba Anibal Pachano a Graciela Alfano en la tele, mientras Marcelo Tinelli apretaba su boca y su ceño, jugando a compungido, estirando la escena a más no poder, en una de las tantas peleas que él mismo acordaba con sus propios invitados contratados para conseguir entre todos, fama y poder, superando todos los límites personales y humanos. “Gracias a vos Marcelo, hago mi show en la calle Corrientes”, decía el bailarín, orgulloso y emocionado, sometiéndose al peor de los escarnios públicos con tal de seguir su ascenso en la carrera hacia lo masivo. Me detuve en esta escena como para intentar, apenas, un ajustado resumen de lo que fue –vale la idea ya de hablar en tiempo pasado- el multiforme y repetitivo programa del conductor más popular de la TV argentina.
«La gente decidió abandonar al periodista deportivo que había encontrado en los bloopers la fórmula infalible del éxito».
En los próximos días -se dice que el 19 de noviembre-, el programa de Tinelli será levantado por falta de rating, pues la gente decidió abandonar al periodista deportivo que había encontrado en los bloopers la fórmula infalible del éxito.
Esta caída, que protagoniza uno de los símbolos culturales más emblemáticos de la contemporaneidad nacional, nos abre hacia un manojo de posibles reflexiones con sus respectivas preguntas. Una de ésas reflexiones tal vez tenga que ver, no ya con Tinelli, sino con aquellos referentes masivos que, en sus diferentes procesos históricos, consagran las sociedades proyectando en ellos sus propios deseos, pensamientos y formas de ver la vida.
¿Será que la sociedad evolucionó moralmente y rechaza los abusos sexistas, racistas y burlones de Tinelli? ¿O simplemente se trata de un conductor que no supo reinventarse volviéndose previsible y poco novedoso? Si la respuesta es a la primera de las preguntas, podemos decir que lo que se está cayendo, en realidad, no es Marcelo Tinelli, que hizo de lo perverso una carrera exitosa, sino que se trata del derrumbe lento y gradual de una cultura machista, tilinga y burda que naturalizó en la tele sus propias miserias cotidianas, las que, al parecer, ya no tienen ningún espacio de expansión. Si la respuesta que cabe es a la segunda, tal vez debamos decir que Tinelli no supo, no pudo o no se animó a proponer otra cosa. Ya sea bailando, cantando o actuando, todos los caminos conducían a lo mismo: al conventillo mediático y a la broma repetida.
«Se trata del derrumbe lento y gradual de una cultura machista y tilinga que naturalizó en la tele sus propias miserias cotidianas».
Sin embargo, no sería justo omitir que Tinelli y todo su equipo saben hacer televisión. Saben producir un show exitoso y magnificente. También hay que reconocer su naturalidad única como conductor desacartonado y espontáneo, en un contexto de conductores prolijos y pacatos, lo que le sirvió para empatizar con lo popular y, desde ése trampa que todo carisma suele contener, trasuntar contenidos que representaban a aquella sociedad, en un contexto donde la violencia contra la mujer era algo normal.
«Se va parte de una forma de hacer humor, que, en su trasfondo, escondía todo tipo de miseria y desvalores».
Con la caída de Tinelli -tal vez nunca se vaya del todo-, se termina, creo, algo más que un formato caduco y previsible rayano a un sketch escolar, se va parte de una forma de hacer humor, que, en su trasfondo, escondía todo tipo de miseria y desvalores. La sociedad ya no se ríe de eso y va buscando otras maneras un poco más sanas de entretenerse a la hora de mirar la tele, ya sea viendo cocinar a gente famosa o eligiendo alguna serie programada en la plataforma de moda.
Lo bueno, al parecer, es que cada vez hay menos cabida para la misoginia, al menos, en la tele.