La educación, tal como la conocemos hoy, nació en un contexto de un capitalismo incipiente, donde se requería formar al conjunto social para el quehacer productivo.
En un principio era la iglesia quien se encargaba de transmitir los conocimientos y las doctrinas eclesiásticas, luego fue el Estado quien, a través de las leyes, aportó la escolarización.
Digo “aportó” porque el Estado montó una empresa civilizadora, en cuya base estaban la escuela republicana y los maestros, encargados de incorporar una serie de hábitos mentales hechos de esquemas de distinción, apreciación y acción propicios para la nueva forma industrializada y urbanizada.
La educación, nuevo significado
Ahora bien, hoy la palabra educación pasó a tener un nuevo significado. Hay mayor escolarización, sí, cada vez más personas ingresamos al sistema educativo y permanecemos mucho tiempo en él; sin embargo, no termina por ser garantía de nada, ya que, en el fondo, el desempleo y el hambre terminan siendo los dos grandes disciplinadores sociales.
Hoy, ese ímpetu educativo del primer capitalismo parece haberse debilitado ya que cada vez cuesta más que el Estado financie y expanda los servicios educativos de calidad.
Cada vez interesa más la escolarización y menos el desarrollo de conocimientos, competencias y valores en las personas.
El nuevo significado tiene que ver con que la escuela empezó a ser un espacio de lucha.
Porque no es ella sola quien educa. Hoy estamos en presencia de otro modo de producción y reproducción donde se terminan convenciendo y adoctrinando a través de la formación de una «cultura popular» (un «gusto», un sistema de preferencias, etc.) que alimenta una demanda de productos que ellos están predispuestos a satisfacer. En otras palabras, los medios masivos de comunicación y las redes, educan “sin proponérselo”.
Por ejemplo: En nuestro país, Argentina, la mayoría de la población cree en el mercado como mecanismo más eficiente de asignación de recursos, cree en la «ley de la oferta y la demanda», en el carácter sagrado de la propiedad privada, en un Estado que es corrupto, burocrático, que tiene que ser mínimo y no intervenir en la economía, en la mala administración de los planes sociales etc., etc. Es hasta ingenuo preguntarse «quién enseñó» estos contenidos, en qué currículo y en qué programa escolar estaban incluidos. No creo que en muchos. Es decir, “nadie” lo enseñó y la mayoría lo aprendió.
Lo que está cambiando es la educación en la escuela
El futuro busca prescindir de la escuela, no de la educación. Es más «económico». Por eso algunos hasta han llegado a proponer el liso y llano desmantelamiento de esa vieja institución y su reemplazo por el autoaprendizaje sostenido en las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Eso convierte a la escuela hoy en un espacio de resistencia.
La enseñanza pública actual, para la economía moderna, basada en las tecnologías de la información de punta, es casi tan vital como la carreta, ya que el sistema capitalista se desplaza horizontalmente y los excluidos de hoy no son como los de los inicios, a los cuales con “civilizarlos” bastaba. Hoy el Estado y las empresas poseen acuerdos para direccionar a la educación hacía una economía más ‘soft’.
Sin embargo, como dijimos, la escuela, el currículo escolar argentino actual es contracultural (hasta cierto punto, por cierto) en la medida en que no es lisa y llanamente neoliberal.
Radiografía de la educación
Si hacemos una radiografía vemos que, mientras la sociedad actual privilegia los valores materialistas (la riqueza, la ganancia, el consumo ostentoso, la frivolidad, etc.) por sobre los del espíritu (las cualidades morales o éticas, el conocimiento, la sabiduría, las artes, la seriedad, etc.) el currículo oficial de la escuela (y la propia tradición cultural de la mayoría de los docentes) privilegian a los segundos.
Y siguiendo con la radiografía, mientras en la sociedad prima una cierta tolerancia por las desigualdades sociales, en la escuela predomina la visión de una sociedad igualitaria con diferencias predominantemente funcionales, pero igual dignidad para todos.
Los hechos indican que el capitalismo actual puede combinar, hasta cierto punto y de un modo muy conflictivo dosis crecientes de exclusión y desigualdad con una dosis significativa de legitimidad. Es vigoroso, pero ‘soft’ y la educación sigue ese camino. La vieja función de socialización política y de producción de ciudadanos hoy corre por otros carriles, se resuelve por otros medios: justamente la industria cultural y la educación de las cosas.