En plena carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética, un cohete despegó desde Chamical con un tripulante muy especial.
A fines de la década de 1940, Estados Unidos comenzó a enviar monos al espacio, pero los primeros intentos terminaron con la muerte de los animales. Mientras tanto, al otro lado de la cortina de hierro, los científicos soviéticos optaron por los perros. El más célebre fue la perra Laika, tripulante del satélite Sputnik II en 1957, aunque lamentablemente murió durante el viaje.
Pero en estas pampas también se soñaba con alcanzar las estrellas. En 1960, se fundó la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales, que dio el marco formal al desarrollo aeroespacial argentino, que ya había comenzado con trabajos veinte años antes.
En 1961, despegó desde Pampa de Achala, en Córdoba, el primer cohete argentino: Alfa Centauro. Seis años más tarde comenzó el proyecto BIO, que se proponía enviar seres vivos en los cohetes y que volvieran sanos y salvos.
Así, en abril de 1967, el ratón Belisario se convertía en el primer ser vivo nacido en nuestro país en ser lanzado en un cohete. Dos años después, lo siguió la rata Dalila. Ahora sí, siguiente nivel desbloqueado: Argentina iba a mandar un primate al espacio.

Juan era un mono caí de 30 centímetros y un kilo y medio de peso, que había sido capturado cerca de Eldorado, en Misiones. Le hicieron una sillita para que estuviera inmovilizado pero cómodo y seguro, y le dieron tranquilizantes para que no se alterara.
Lo colocaron a bordo de la nave Castor, que despegó desde Chamical, en La Rioja. El objetivo de esta misión, que iba a llegar mucho más alto que las anteriores tripuladas por animales, era analizar las alteraciones fisiológicas o del sistema nervioso que pudiera sufrir.
Aquel 23 de diciembre de 1969, la nave se elevó en una parábola que lo llevó a los 82 kilómetros de altura, por lo que no llegó a ponerse en órbita como la perra Laika. Sin embargo, es una altura considerable si se tiene en cuenta que los aviones comerciales no vuelan más alto de los 15 kilómetros.
Ya de regreso a la superficie terrestre, como había pasado con Belisario y Dalila, la cápsula bajó en paracaídas sin problemas, aunque unas ráfagas de viento la desplazaron varios kilómetros y hubo que buscarla en helicóptero. La encontraron en la salina La Antigua, a 60 km de Chamical.
Juan fue sometido a estudios que mostraron que no había tenido problemas durante el viaje. La misión había sido exitosa: a lo largo del vuelo habían monitoreado los signos vitales del mono y todo había estado bien. La posibilidad de hacerlo con seres humanos estaba un poco más cerca. De hecho, después del vuelo de Juan, que fue mucho más famoso que el de sus predecesores roedores, cientos de personas mandaron cartas ofreciéndose como voluntarias para ir al espacio.
Tras su aventura, Juan tuvo una jubilación temprana y se mudó al zoológico de Córdoba, donde vivió unos dos años más convertido en una gran estrella. Sus restos se exhiben en el Museo Universitario de Tecnología Aeroespacial de Córdoba.
Sin embargo, los acontecimientos del país en los años que siguieron dejaron trunca la aventura espacial nacional. El sueño de enviar al espacio una nave fabricada en argentina y tripulada por argentinos fue quedando atrás, lo que acrecienta el papel que tuvieron animales como Belisario, Dalila y Juan.
Fuente: C5N