46 años sin Angelelli, el obispo rebelde

maximiliano herrera
Maximiliano Herrera
Periodista

Hoy hace 46 años es asesinado Enrique Angelelli, quien fue obispo de la provincia de La Rioja desde 1968 hasta 1976 cuando, según las investigaciones, sufrió un atentado cerca de la localidad Punta de los Llanos mientras viajaba desde Chamical hacia la capital riojana.

En el juicio de 2014 se determinó que un auto lo siguió, le dio un topetazo y, con Angelelli ya en estado de inconsciencia, alguien con ayuda de al menos una persona lo sacó a rastras de su camioneta, lo golpeó en la cabeza y lo mató. El obispo tenía 53 años.

Cuentan algunas personas que su cuerpo fue encontrado en medio de la ruta en una posición de crucifixión, con los brazos tendidos hacia los lados.La Cantata Riojana, histórica obra musical compuesta por Hector David Gatica y Ramon Navarro, dice en los versos finales:

Y los otros los porfiados en quedarse o los lerdos en huir- sea docente, religioso o político, obrero o artista- pagan su pecado con ocho años sin sol o con la muerte….

Y en Chamical y en Punta de los Llanos, ¡Desnucado está Dios!

El obispo

Por su cercanía a campesinos y sectores populares lo apodaban desde ciertos sectores conservadores, el “obispo rojo”. Tras su asesinato el 4 de agosto de 1976 en el kilómetro 1058 de la Ruta Nacional 38, la teoría de que su muerte había sido producto de un accidente de ruta, se mantuvo como “la verdad oficial” del régimen militar y nunca su caso fue investigado en profundidad por falta de querellantes y pruebas.

La investigación de la causa de su muerte sufrió vaivenes propios de los intereses políticos de la justica. Pasaron 38 años desde su fallecimiento y tras reabrir la causa en 2013, mediante una nueva investigación, la justicia condenó a los autores mediatos del crimen, los represores Luis Estrella y Luciano Benjamín Menéndez.

Años más tarde, en el 2019, el Papa Francisco lo nombra beato y mártir de la iglesia católica. Un mártir católico es aquel que ha muerto en nombre de la fe, como una consecuencia directa de predicar la misma.

El rostro y la memoria

La imagen de Angelelli encarna la funcionalidad del retrato como memoria de una época y de un ideal de una sociedad más justa, una sociedad en dónde los pobres puedan entrar a la catedral.

La pervivencia de su rostro hasta el presente se da en un marco de la construcción de un relato político y de una reivindicación de valores de lucha por la justicia social y la memoria.

Un rostro que posee una expresividad semblante, una mirada que parece escuchar, una configuración sensible que genera emotividad en el espectador y lo conecta con pasiones primarias.

Ese efecto emotivo puede estar provocado por la relación entre rostro, mirada e identidad, lo que en efecto producen las imágenes de los santos.

Los rostros de los santos católicos suelen tener una mirada contemplativa, una mirada sufrida, una forma de contemplar al desamparado.

La relación de las imágenes con las realidades políticas no depende del escenario político en sí, sino más bien de las formas institucionales y de las configuraciones históricas que se elaboran en torno a esa imagen.

Es el poder intrínseco que tienen algunas imágenes que activa un sentimiento y genera una emotividad, dejando una huella que dónde la simple imagen de su rostro logra una armonía y permite transmitir valores incuestionables. Pero ¿se trata esto de un acto de la memoria? ¿Se encuentran en el rostro de Angelelli, los rostros de los desaparecidos, de los trabajadores, del pueblo? Es posible que su imagen hable por todos ellos.

La memoria no opera como conglomerado esquemático y consciente de recuerdos fijos, sino más bien de forma imbricada y compleja. Angelelli por un lado es el rostro de la lucha por el pobre y por otro también un símbolo que representa la lucha contra la dictadura, y así es recordado.

¿Se trata solo de una fotografía o es acaso una fotografía que tiene el poder de rasgar la sangre seca de los códigos de una época? Es posible que la imagen que se dibuja de a poco en una pared sea una forma de renacer, de resucitar, de resistir, no operan desde un significante vacío, sino que están ahí para dejar en claro algo. Las imágenes pasan a tener un significado vivo.

La iglesia de un lado y el pueblo del otro

El rostro de Angelelli, sus anteojos, como los anteojos de Allende, son la parte simbólica de un proceso que reconstruye un ideal de lucha y lo mantienen vivo.

Los valores encriptados en el lema “con un oído en el pueblo y otro en el evangelio” también reivindican la imagen de la Iglesia en su relación con el pueblo. Cuentan que Monseñor mandó a sacar de los asientos de la catedral riojana, las chapas de bronce con los nombres de los poderosos que ocupaban lugares de privilegio. “La casa de Dios es del pueblo” dijo y las mandó a sacar.

Cuando llegó a La Rioja comenzó su campaña para recuperar la misión social de la iglesia, el valor de ayudar a los desprotegidos, al pueblo, al pobre.

Logró una relación con la gente de los pueblos, sobretodo con los campesinos, trabajadores y desposeídos riojanos.

Angelelli Denunciaba usuras políticas, apoyaba cooperativas de trabajadores y sus homilías tenían una fuerte crítica social sobre la situación que se vivía en la provincia de La Rioja y en el resto del mundo.

Antes del golpe de Estado de 1976, Angelelli y sus colaboradores ya habían sido hostigados y amenazados, sus cercanos le advertían que se fuera de La Rioja porque iban con todo por él. El padre Carlos Mugica ya había sido asesinado dos años antes por la triple A y la persecución a los denominados «curas rojos» no tenía descanso.

Antes de su muerte, había contado mediante cartas al vaticano, el constante hostigamiento que recibía y que eran “permanentemente obstaculizados para cumplir con la misión de la iglesia.” Estas cartas, 38 años después de su muerte, las aportaría a la causa judicial el mismo Papa Francisco.

Para que una imagen constituya un acto de memoria constante, no hace falta que el observador sepa qué hay detrás de esa imagen. Es el poder del rostro lo que genera una identidad y es la identidad lo que genera una memoria.